Vivimos en una sociedad en la que la autoridad está en
crisis y creo oportuno reflexionar sobre este tema tan importante para
nuestra vida personal y comunitaria. Toda autoridad, ya sea paterna,
política, militar o religiosa, tiene la obligación de conducir a los que
están sujetos a ella hacia un fin, hacia un bien. Tiene la obligación
de orientar a los demás para que puedan llegar a la plenitud, a la
verdad y al bien.
La verdadera
autoridad es el reconocimiento del bien que la persona posee y que
merece la consideración y el respecto de los demás. En este sentido esta
autoridad está signada por los valores que acompañan a la persona que
ejerce la autoridad. La autoridad debe fomentar el crecimiento y la
maduración de los sujetos desde la libertad. Esta autoridad ha de ser
reconocida, respetada, admirada y merece obediencia.
La
palabra autoridad viene del latín “auctoritas”, que significa garantía,
prestigio, influencia. En este sentido es la persona que da valor, es
el maestro que enseña y tiene la función de hacer crecer a la persona.
Por lo tanto, los padres son verdadera autoridad para sus hijos no en la
medida en que los “mandan”, sino en la medida en que son sus autores,
por haberles dado la vida y, luego, porque los ayudan a crecer física,
moral y espiritualmente.