Pronto estamos por celebrar la
gran fiesta navideña. Quedan muy pocos días y estamos todos
preparándonos para reverenciar este gran suceso. La fiesta de Navidad
tradicionalmente ha sido todo un acontecimiento espiritual y el Adviento
un tiempo de espera, en la fe y en el amor para preparar el corazón y
recibir la buena noticia de la venida del Señor. Por supuesto que este
episodio siempre está acompañado por una buena mesa familiar.
Sin
embargo, en la actualidad esta fiesta tan espiritual se ha convertido
para muchos en un acontecimiento social que insume muchos gastos por los
regalos, las fiestas, visitas especiales, etc. Muchos de nosotros somos
víctimas de una modalidad instalada por la sociedad de consumo, de la
que no sabemos cómo escapar.
Creo
que si miráramos nuestras costumbres de los últimos años, nos daremos
cuenta de que transformamos el cumpleaños de Jesús en un festejo muy
secular. Hay una escasa espera en lo espiritual. Son pocas las personas
que regalan en este tiempo de adviento sus oraciones para los hijos,
familiares y amigos, lo que vale más que todos los regalos costosos; o
tal vez una visita serena a un familiar enfermo, padres o abuelos
mayores; lo que es mucho más valioso que un regalo material para estas
personas. Tendemos a reemplazar estos momentos de cercanía y participar
de fiestas donde falta la paz y la armonía, pero sí sobreabundan los
regalos para complacernos unos a otros y que, sin embargo, nos endeudan
hasta llevarnos a la desesperación.