Vivimos en el mundo de lo inmediato,
donde todo es pasajero y pocas veces tendemos a mirar más allá de los
objetivos y propósitos del momento. Creo que es uno de los factores que
más afecta la vida emocional y espiritual de nuestra sociedad actual.
Más de una vez tanto en la adolescencia como en la ancianidad, es
necesario contar con proyectos, planes y sueños que nos animen a seguir
dando pasos concretos en la vida.
Muchos
se ponen como meta la jubilación. Sin embargo, allí empieza el flagelo
de seguir desafiando a la vida, pero sin un rumbo claro, simplemente
ganando la batalla que nos declara la enfermedad. Y si de jóvenes se
trata, para muchos de ellos lo inmediato los lleva a tanta ansiedad que
no pueden pensar más allá de lo que sienten en el momento, hoy y ahora.
Creo que en este sentido, la verdadera felicidad no consiste en momentos
de euforia, sino en un camino de serenidad y crecimiento a largo plazo,
sostenido en el tiempo.
Los proyectos claros no tienen edad, sino que
sencillamente se concretan de acuerdo a la fuerza de voluntad y
creatividad que cada uno pone en lo que se propone en la vida.
Sin
duda que es el proyecto de vida lo que da dirección y sentido a la
propia existencia de la persona humana. Es por ello que el proyecto de
vida no consiste en metas que solamente contemplan éxitos, sino que
plantea objetivos a largo plazo que implican altibajos, tropiezos,
desesperanzas. Sin embargo, lo importante es llegar a la meta, superando
las adversidades de la vida. El proyecto da coherencia a la vida de una
persona en sus diversas facetas y marca un determinado estilo, en el
obrar, en las relaciones, en el modo de ver la vida.
Todo
proyecto implica dejar muchas opciones, y adoptar una decisión clara
para poder elegir una sola, la que nos conduce a nuestra felicidad. Esta
decisión requiere de coherencia y compromiso, lo que nos permitirá
seguir luchando para alcanzar la meta planteada. El miedo a la
responsabilidad y la incapacidad de renunciar a algunas comodidades
llevan a menudo al fracaso de los hermosos proyectos de vida que al fin
termina en frustración y decepción.
Sin
embargo, más de una familia, institución e individuo en nuestra
sociedad moderna, vive sin tener un proyecto de vida, lo que hace perder
el sentido de cada día que Dios nos regala. En la vorágine de cosas que
nos ocupan a diario no es sorprendente que perdamos el verdadero
sentido de lo que nos proponemos, aunque ellas sean nobles y buenas.
Esta realidad hace que muchos vivan en la incertidumbre e inseguridades.
La falta de ilusión y esperanza hacen que se viva sin el entusiasmo y
las ganas que dan sabor y goce a las cosas que hacemos.
Qué
bueno que la vida sea vivida desde la profundidad del corazón, sabiendo
que es un don precioso que Dios nos ha regalado. Por ello tengamos
presente lo que nos dice San Pablo: “Nosotros, por el contrario, que
somos del día, seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la
caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1Tes 5,8). No
podemos dejar de luchar. Con la esperanza en Dios lo podemos todo, aún
en los días oscuros y difíciles de la vida. Que la cruz de Cristo sea
siempre la fortaleza para todos nuestros proyectos de vida en estos
tiempos difíciles.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino