En noviembre celebramos la
solemnidad de Todos los Santos y junto con ellos el Día de Todos los
Difuntos. La fiesta de todos los santos conmemora a tantas personas que
han vivido la santidad, desde el silencio y los conocemos y su ejemplo
de vida es digno de ser imitado. La conmemoración de todos los difuntos
nos hace reflexionar sobre el gran misterio de la vida. Estas dos
solemnidades nos invitan a vivir profundamente nuestra vocación de ser
santos y mantener esta conexión tan necesaria con nuestra historia y
nuestros antepasados, que nos alienta a aspirar la santidad como nuestra
meta final.
Cuando hablamos de
la santidad tendemos a pensar en una vida perfecta, casi angelical, de
muchas personas que han sido declarados como santos. Obviamente hay
santos que brillan por la heroicidad de sus virtudes, que han realizado
obras extraordinarias, milagros, haciendo que el poder y la gracia de
Dios se hagan presente entre nosotros. Si uno mira la historia de vida
de muchos santos vemos que casi todos ellos han sido personas que han
vivido su vida con una gran intensidad y pasión.