18 de agosto de 2009

Consagración, ofrenda permanente

En los últimos días hemos vivido acontecimientos muy relevantes en la sociedad misionera, con la consagración episcopal del Obispo de la nueva diócesis de Oberá, Mons. Víctor Arenhardt y la ordenación sacerdotal del P. Néstor E. Harapchuk de la Iglesia Católica Bizantino-Ucraniana. No hay duda que estos sucesos nos hablan de cómo Dios va actuando en su pueblo a pesar de tantas situaciones difíciles de la vida. Él sigue llamando y comprometiendo a personas aún en medio de tantas crisis de fe y tanto secularismo que afronta nuestra sociedad. Todo esto debe llevarnos a reflexionar entorno a la necesidad y significado de la consagración de personas comprometidas con Dios y su pueblo.

Desde una mirada de fe la consagración significa “entregar mi vida a Dios” para que Él haga su voluntad y no la mía. Es la ofrenda de mi cuerpo y mi ser entero como un "sacrificio vivo" a Él. En el Antiguo Testamento vemos que se hacía la ofrenda de los animales que luego eran sacrificados. Dios no me pide ofrecer mi cuerpo sobre un altar para ser inmolado. Él pide que me convierta en "sacrificio vivo", desea que yo viva para Él.

La consagración es un acto voluntario de cada ser humano, con el profundo deseo de amar y servir a Dios a través de nuestra misión. Es la aspiración de cumplir la voluntad de Dios ya sea en la iglesia, la escuela, el hogar, el trabajo o en cualquier desafío que Dios me presenta para resolver.

La consagración implica la ofrenda entera de mi vida a Dios. Y en esto no hay punto medio porque no puedo entregar a Él parte de mi vida y la otra guardarla para mí. Por eso es que muchas veces nuestras consagraciones no producen los frutos esperados. Porque la ofrenda a medias no agrada a Dios, ni tampoco llena a las personas a quienes estamos llamados a servir.

Creo que una de las causas de la profunda crisis que estamos viviendo como país, es por la falta de consagración de las personas: en el servicio de gobernar al pueblo, en el servicio de educar y formar a nuestros niños y jóvenes, en el servicio de atender la salud, en la vocación de animar la fe de los pueblos… y tantas otras prestaciones que hace de nuestra identidad como comunidad y nación. Sin embargo donde existe una entrega generosa, vemos prosperidad y crecimiento. Todo el gozo y la bendición en la vida cristiana dependerán de que nosotros no retengamos nada de Dios y seamos generosos.

Toda consagración es una entrega por la causa hasta el final y Dios espera de cada uno de nosotros esta fidelidad hasta el fin, a pesar de las dificultades y desafíos. Mi consagración no es sólo cuando las cosas resultan bien, sino también cuando hay que sostener los principios y jugarse por la elección hecha. Vale para toda opción ya sea: profesional, vocación ministerial, matrimonial etc. Dios espera que mi consagración a Él sea una sola vez y para siempre.

Este acto de consagrar la vida es una ofrenda permanente. Se cumple en la tarea cotidiana, avanzando en esta entrega fiel. Es un ofrecimiento permanente de mi vida a la voluntad de Dios, así como el mismo Jesús nos invita en el evangelio: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz CADA DÍA y sígame" (Lc 9,23). Cuando nos entregamos completamente al Señor Jesús, Él obrará por medio de nosotros de la misma forma como el Padre obró por medio de Él.

En estos tiempos en que nos preparamos para celebrar el bicentenario del nacimiento de la nación, ojalá tengamos cada vez más personas consagradas a la patria, capaces de morir a los propios planes y aspiraciones para cumplir la voluntad de Dios en favor de nuestros pueblos, especialmente los más marginados. Que cada uno consagre su vida a ese Dios que nos llevará a la plenitud de nuestra vocación como bautizados.

P Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

No hay comentarios.:

Publicar un comentario