4 de agosto de 2009

Sacerdocio, ofrenda agradable a Dios

Vivimos épocas en las cuales los escándalos son noticias agradables a los oídos de muchos y pocas veces la fidelidad y la entrega de tantos llegan a ocupar algún lugar en nuestros medios de comunicación. Uno de estos hombres que ha dado un verdadero testimonio de su entrega, fue San Juan María Vianney, popularmente conocido como Santo Cura de Ars. Por su ofrenda y sacrificio se lo designó: Patrono de los Párrocos, que hoy celebran su día. Quisiera reflexionar algunos aspectos fundamentales del sacerdocio, que seguramente serán importantes para nuestra vida de cristianos y bautizados.

El sacerdocio está fundado en el sacrificio de Cristo, que entregó su vida como una ofrenda personal a Dios, por la salvación de toda la humanidad. Esta ofrenda fue un acto personal, espiritual y perfecto. Tiene una eficacia absoluta sobre la conciencia de quienes participamos dignamente en esta ofrenda.

Cristo es, al mismo tiempo, el oferente y la ofrenda, el sacerdote y la víctima. La verdadera razón del sacerdocio en la sociedad actual donde hay tantas propuestas materialistas, es la imitación plena a la misma persona de Cristo. Él es el Sacerdote perfecto que nos da el ejemplo y tenemos la misión de imitarlo siempre y caminar hacia la perfección en medio de tantas situaciones que nos ofrece la vida.

En el sacerdocio de Cristo encontramos dos aspectos de la caridad: amor filial a Dios y amor fraterno a los hombres, vivido lleno de la fuerza del Espíritu Santo. Es el aspecto que debe reinar en la vida de todos los bautizados en su triple ministerio de ser profeta, sacerdote y rey. Este compromiso de fidelidad es aun más fuerte y pleno en el ministerio sacerdotal. Pero solo podemos ser obedientes cuando le damos cabida al Espíritu Santo en nuestras vidas.

Es un camino de santidad en la medida que nos abrimos a la acción del Espíritu Santo. Implica una vida de oración profunda, para buscar la voluntad de Dios en todos los momentos de nuestra vida, para ser una verdadera ofrenda a Dios y a nuestros hermanos… hasta que lleguemos a ser transformados plenamente por Aquel que es el autor del «sacrificio perfecto» JESÚS. Es misión de todo sacerdote y bautizado, dejarse transformar por el misterio de la fe en Jesucristo. Esto debe consistir en la transformación de la existencia misma, en un vivir obedientes con Dios y generosos en la donación a los hermanos. Esta vida entregada a la voluntad de Dios es siempre un sacrificio y ofrenda agradable a Dios.

La función propiamente del ministerio sacerdotal es la de comunicar el Espíritu Santo por medio de la Palabra y los Sacramentos. Como nos invita San Pablo en la carta a los Hebreos: éste es el fin de la historia de la salvación: que los hombres transformados por el Espíritu Santo puedan llegar a ser ofrendas agradables a Dios. Y ser ofrenda agradable a Dios significa, al mismo tiempo, vivir en continuo servicio de los hermanos. Ésta es la voluntad del Padre: que el amor reine en nuestros corazones. Ésta es la transformación, la conversión del hombre; éste es el designio de Dios; que el amor divino triunfe sobre la tierra. Por ello el sacerdocio ministerial cumple un papel y una tarea esencial en este misterioso designio de Dios.

Que el ejemplo del Santo Cura de Ars, nos fortalezca para seguir al mismo Cristo Sacerdote en nuestra vida cristiana y como bautizados. A todos los PÁRROCOS bendiciones y como oraba San Juan María Vianney, que seamos capaces de repetir: “Dios mío, dame la gracia de morir amándote y sabiendo que te amo”.

P Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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