3 de noviembre de 2009

Hacia la santidad

Hemos celebrado dos fiestas muy importantes como iglesia en estos días: 1 de noviembre Día de Todos los Santos y el 2 de noviembre el día de todos los difuntos. Son celebraciones que nos debe llevar a reflexionar entorno al destino y fin de nuestras vidas como cristianos.

Cada vez que reflexionamos sobre la muerte de nuestros seres queridos generalmente nos invaden dos tipos de sentimientos: aquellos que no han vivido de cerca la muerte de un ser querido siente que es una realidad muy lejana a nosotros y nos preocupa tanto; y otros que han tenido que afrontar el dolor de estar al lado de un ser querido difunto vive el dolor de la perdida de tantas cosas que representa un ser querido.

En los últimos años de acompañamiento espiritual he encontrado con muchas personas que están enojados con Dios por lo que tienen que enfrentar frente a la muerte de un ser querido. Otros tantos que realmente han asumido estas situaciones con tanta fe y esperanza, porque saben que la vida humana es un regalo de Dios y que estamos de paso. Asume plenamente que el misterio de la muerte es un paso hacia la vida eterna.

Que bueno que hoy podamos reflexionar sobre este gran misterio que nos tocará a todos enfrentar tarde o temprano. En este sentido ser plenamente conscientes desde la fe de lo que será nuestro destino. El mejor ejemplo tenemos en la persona de San Pablo que reconoce el destino de su vida cuando nos dice: “he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez, me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su Manifestación. (Tim 4, 7-8)

Para todo aquel que vive desde la fe la muerte nos es un trauma sino que realmente un paso a la vida. Y para aquel ha corrido su carrera y peleado el combate para la gloria de Dios el paso a la vida eterna es una garantía, así como estamos llamados a ser santos y estar en la presencia del Señor eternamente.

En este sentido creo que celebrar la fiesta de todos los santos:
• Nos debe despertar el deseo de aspirar la santidad para nuestras vidas.
• No sólo basta aspirar la santidad, sino que en cada día de nuestra vida hemos esforzarnos para ser cada vez más santos.
• La santidad no se trata de vivir lejos de este mundo, sino que vivir plenamente las realidades cotidianas para que el Reino de Dios llegue a todos los hombres.
• Implica que seamos personas de bien en todos los momentos de nuestra vida, aun medio de las adversidades y desafíos de la vida.

Que la esperanza en la vida eterna nos siga animado a todos para seguir caminando hacia el cielo dando testimonio de nuestra vida de fe –llena de esperanza y entusiasmo para hacer el mayor bien cada día– y que el testimonios tantos santos reconocidos y olvidados nos anime en este caminar.

Que la fuerza de su Espíritu siembre nos anime en cada paso de nuestra vida.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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