18 de enero de 2010

Busquemos la alegría… que no tiene fin

Empezar un nuevo año es una oportunidad para seguir avanzando en tantos proyectos y planes que trazamos para nuestra vida. Es un tiempo muy especial para llenarnos de entusiasmo y fuerzas olvidándonos de tantas caídas, dificultades y tropiezos, para centrarnos en las innumerables oportunidades y posibilidades que se nos presentan.

Todo depende de la postura con que asumimos el reto de la vida. Creo que una de las actitudes fundamentales para un buen inicio del año, es tener una mirada positiva frente a las cosas de la vida. Esta disposición efectiva, parte de la confianza plena en el anhelo de ser fecundos y útiles en el día a día. Es mantener viva la esperanza de ser una persona íntegra en todo momento, a pesar de las adversidades de la vida.

Muchas veces nos desanimamos frente a los desafíos cotidianos, porque centramos toda nuestra atención solamente en las dificultades y contrariedades lo que nos alejan del fiel cumplimiento de nuestros objetivos. El inicio de un nuevo año nos debe llenar de un ferviente deseo de “ ser una persona de bien para los demás”. Hemos de considerar, por sobre todas las cosas, las bendiciones que Dios ha derramado en nuestras vidas y los dones con los que nos ha dotado para ponerlos al servicio de nuestros hermanos.

La alegría de la vida no consiste en querer existir libre de problemas y dificultades, sino llenarnos de las fuerzas suficientes para enfrentarlas. Es tener la valentía de poner en manos de Dios la novedad que cada día nos toca vivir. El consejo de San Pablo nos da alegría y llena de esperanza: “El Señor está cerca, no se inquieten por nada “ (Fil 4,5). Nuestro vivir debe ser una ofrenda de amor, aun en medio de los tormentos diarios. Es confiar plenamente en un Dios que nos ha enseñado a asumir las cruces de nuestra vida.

Esta ofrenda produce un efecto precioso en nuestro vivir. Es que cada vez que nos toque enfrentar alguna dificultad en el camino, en lugar de rebelarnos contra las adversidades tendremos la fortaleza necesaria para encontrar el verdadero sentido de las cosas y seguir con entusiasmo el laberinto de la vida. Cada cruz y desafío será una gran oportunidad para participar de la Pasión de Cristo. Y seguramente si somos capaces de mirar la vida desde la fe, muchas veces nos dará fuerzas la pregunta: Si Jesús tuvo que sufrir y lo aceptó, ¿por qué yo no?. Los sufrimientos o las pequeñas preocupaciones nos despiertan y ayudan a estar más atentos a la totalidad de lo que nos ofrece la vida. Cada intento de evitar estos desafíos simplemente nos quitará la paz interior… y la mejor manera de superarlos es asumirlos plenamente para enfrentarlos. “Jesús nos asegura que si cargamos la cruz de cada día, alcanzaremos alegrías que no tienen límites ni final”.

No centremos nuestras vidas en escaparnos y evitar dificultades y sufrimientos… sino que vivamos la vida a fondo para que encontremos la verdadera alegría asumiendo y superando las adversidades con la fuerza que viene de lo Alto. En todo esto qué bueno descubrir las bendiciones de Dios que seguramente llenan de alegría y gozo nuestras vidas: la presencia de nuestros seres queridos, tantos amigos que siempre están a nuestro lado, tanto amor con que Dios nos ha sostenido a través de los años… Es bueno también ofrecerle al Señor aquellos momentos no tan agradables que seguramente tenemos que enfrentar, para que Él nos sostenga y regale un gran optimismo para superarlos… y que podamos encontrar la verdadera felicidad desde la calma y la serenidad…

Con las Buenas Nuevas , Jesús nos reveló que podíamos experimentar una alegría genuina. El dijo: “Yo les he dicho todas estas cosas para que participen en mi alegría y sean plenamente felices" (Juan 15,11). Sólo basta escucharlo y buscar siempre su presencia, para gozar de la ALEGRÍA… que no tiene fin.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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