23 de febrero de 2010

Cuaresma, tiempo de gracia

Con la costumbre tan tradicional de la Iglesia de imponer las cenizas el miércoles de ceniza hemos iniciado el tiempo de cuaresma. Es un tiempo muy especial de gracia.

Es un tiempo que nos prepara para celebrar con gozo la Pascua del Señor, que comprende también el gran misterio de nuestra salvación. A menudo nos pasa que los grandes misterios de la fe pasan tan rutinariamente y otras veces tan desapercibidos que perdemos la gracia de este tiempo de Dios. Hoy los invito a reflexionar sobe este gran misterio de nuestra fe para que podamos vivir a pleno este tiempo.

La Palabra de Dios en este tiempo nos invita a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida renovada, convertida y reconciliada. Son tres aspectos fundamentales en la vida de todo cristiano. El tiempo de cuaresma es un tiempo para renovar nuestra fe, que tal vez se ha apagado o perdido fuerzas con el correr de los años. Es bueno que renovemos este espíritu de fe que nos permita vivir plenamente el amor de Dios y que podamos amar con generosidad y entrega a nuestros hermanos.

La palabra de Dios nos invita a una profunda conversión en este tiempo: “Conviértanse a mí de todo corazón” (Joel2, 12). La conversión no significa que nos cambiemos totalmente, sino que implica un cambio profundo de miradas… es aprender a mirar la vida con ojos de fe… o tal vez empezar a mirar las realidades cotidianas con ojos de Dios – con amor, misericordia, perdón, entrega generosa…

Para lograr la verdadera conversión hemos escuchar la voz de Dos (Sal 94,8). Que este tiempo de cuaresma ojalá que nos regale un tiempo para leer y meditar la Palabra de Dios en medio de tantas corridas de nuestro vida diaria. Solamente podemos convertirnos hacia la corazón de Dios si damos tiempo para la Palabra en nuestra vida. Es el camino para interiorizar la voluntad de Dios para nuestro caminar cotidiano. Desde el espíritu del Evangelio hemos de reavivar nuestro amor hacia nuestros seres queridos… y ser verdaderos instrumentos de Dios.

La conversión en esta cuaresma implica una apertura total al Espíritu Santo que siempre nos guía desde la profundidad de cada corazón… orienta nuestra conciencia y nuestras conductas… Muchas veces estamos contaminados por muchos ruidos ensordecedores: son las inclinaciones desordenadas que conducen al pecado, la mentalidad de un mundo que se opone al proyecto de Dios o la tentación de apartarnos de Dios. Es fácil también llegar a pensamientos y opiniones que nacen de una mera comodidad, apartándonos de la verdadera fe. Hemos de dar tiempo para la escucha de la voz de Dios a través de la oración personal. Cuando Dios nos habla al corazón, hemos de escuchar su palabra, acogerla y adherirnos plenamente a ella, obedecerla, adaptarnos a todo lo que nos dice, dejarnos guiar por Él como llevados de la mano. Nos podemos fiar de Dios al igual que un niño se abandona en los brazos de su madre y se deja llevar por ella. El cristiano es una persona guiada por el Espíritu Santo.

En este tiempo de Cuaresma debemos crear silencio en nuestro interior, acallar todo en nosotros para descubrir la voz de Dios, que es sutil, sabia y amorosa. Hay que afinar la sensibilidad sobrenatural para ser capaces de captar las sugerencias de la voz de Dios. Es necesario dejarse evangelizar en el trato frecuente con la Palabra de Dios -leyendo, meditando, viviendo el Evangelio-, de tal manera que adquiramos cada vez más una mentalidad evangélica.

Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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