8 de marzo de 2011

Nuestro paso por la vida

Pronto iniciamos una nueva Cuaresma que nos recuerda que la vida en esta tierra es pasajera y, como dice la canción, “aunque en esta vida me falte riqueza, yo sé que el cielo tengo una mansión; más allá del sol, yo tengo un hogar celestial”. Es una realidad que pocas veces nos tomamos el tiempo necesario para reflexionar, pero que sin duda es parte de nuestra vida cotidiana, especialmente, cada vez que despedimos a un ser querido difunto que nos recuerda la fragilidad de la vida humana y la promesa de la vida eterna.

Y la Cuaresma es un tiempo especial para reflexionar sobre esta dimensión de nuestra vida, especialmente en un clima de oración, penitencia y ayuno que nos propone la fe en este tiempo de preparación y penitencia. Son cuarenta días que nos invita la Iglesia para vivir una profunda conversión del corazón y asumir plenamente nuestra propia condición humana de caminar hacia la Pascua de la Resurrección.

La imposición de ceniza en la liturgia del Miércoles de Ceniza es una antigua costumbre de la Iglesia que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se convertirá en polvo. Nos enseña que todo lo material que tenemos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en el alma lo llevaremos a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo podremos llevar todo aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.

Y la fragilidad de la vida humana es tan grande que cuando menos nos imaginamos dejamos de existir. El verdadero espíritu del cristiano al reflexionar sobre esta realidad no es desde el miedo, ni tampoco desde la incertidumbre, sino desde la certeza de la vida eterna que el mismo Jesús nos ofrece. Porque Él mismo nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque muera, revivirá” (Jn 11, 25). La vida es una oportunidad que Dios regala para creer en Él y llegar a la vida eterna desde la fe en Cristo.

La mirada hacia la fragilidad de la vida no es una mirada pesimista, sino llena de fe que nos ayuda a colocarnos en el lugar justo. Saber que en la vida hay bienes que no solo son materiales que hemos de acumular sino que son bienes que no perecen, que permanecen en el tiempo, son las obras de bien de las personas. El bien que ha hecho una persona para la sociedad, los padres para la familia y los hijos, la humanidad para las futuras generaciones. Por eso, qué bueno sería que nuestra práctica cuaresmal sea una constante búsqueda de obras de bien. Que en el lugar que nos toca desempeñarnos en la vida, ya sea en la escuela, en la oficina, en un cargo público, en un servicio, etc., podamos demostrar con nuestras actitudes cotidianas que somos personas de bien.

En este sentido el ayuno cuaresmal tiene un sentido más allá de la mortificación. Es un ayuno para compartir con el que tiene hambre y sed. No desde un simple asistencialismo, sino haciendo de mi vida una entrega generosa y solidaria para con el hermano que necesita y que menos tiene. Creo que en este sentido hemos de dar pasos importantes para que el reino de justicia y amor de Dios llegue a todas las personas y esta Pascua sea realmente una experiencia liberadora para todos.

Ojala que el tiempo de Cuaresma nos ayude a revalorizar el don de la vida y caminemos hacia una gran conversión, como personas de bien para nuestros seres queridos y para nuestra sociedad entera. Que no dejemos pasar este tiempo como uno más del calendario, sino que, sin duda, sea un tiempo especial para acercarnos al gran misterio de la vida desde la fe.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

No hay comentarios.:

Publicar un comentario