Casi sin darnos cuenta ya estamos transitando el mes más
corto del año. Hay quienes ya están finalizando sus días de descanso. Es
el momento de pensar en el año de trabajo que pronto llegará. Para
muchos discurrir en lo que significa un nuevo ciclo de trabajo,
estudios, retomar los compromisos atrasados no siempre es algo
agradable. A menudo pierden la calma y desperdician su tranquilidad
pensando en lo que deberán encarar dentro de poco. Esta actitud no
favorece una buena disposición para hacer del año que nos espera un
tiempo de alegría, esperanza y entrega generosa para que nuestro paso
por esta vida deje huellas que valgan la pena.
Es
necesario que nos organicemos con tiempo, planifiquemos y que estemos
preparados para enfrentar aquello que nos tocará vivir en el futuro.
Pero creo que aún más importante es vivir el hoy. No perder la paz y la
calma del día que nos hace felices. Debemos vivir cada día intensamente,
cada minuto, con gusto y alegría, como si fuera el último de nuestra
vida.
He conocido personas que
desperdician el hoy, luchando duramente y haciendo de cada día un
sacrificio, con la errada convicción de que están sembrando su futuro,
tal vez el que nunca llegue.
Vivir
el momento no significa vivir despreocupados. Eso sería una imprudencia
total. Vivir en el sentido real de la palabra significa disfrutar
integral y permanentemente todas y cada una de las personas y de las
cosas que Dios nos ha regalado en nuestra vida. Es la expresión más
clara de una experiencia vivida en plenitud.
Para
disfrutar absolutamente cada segundo de nuestra existencia se requiere
actuar con amor, ternura, respeto, aceptación y con mucha entrega a las
personas con quienes nos hemos comprometido compartir la vida y la
misión que nos toca a cada uno en esta tierra. Y la alegría de la vida
se multiplica en la medida que somos capaces de expresar lo que sentimos
hacia los demás: reír con ellos, saludar con gusto, decirle a las
personas que nos agradan, que se ven bien, que nos sentimos felices con
su presencia, que nos interesan sus problemas, que son importantes para
nosotros; pero aún lo más importante es sentirlo de verdad y dar el
tiempo suficiente para compartir con ellos.
Regalarnos
esta actitud positiva hacia la vida nos hace disfrutar del momento, nos
hace sentir plenos, nos engrandece. Tratar con amor, decir y demostrar a
las personas nuestros sentimientos positivos nos hace disfrutar de la
vida, que está inmersa en el maravilloso mundo de las cosas sencillas.
Nada
más placentero que levantarse y disfrutar de la mañana, vestirse a
gusto, compartir con los amigos y seres queridos con generosidad;
asistir al trabajo o al estudio convencidos de que hacemos algo bueno
por nosotros y por nuestros semejantes; sentarse a la mesa en familia,
dormir tranquilos y satisfecho de haber vivido un día pleno.
Aunque
todo esto nos parece muy utópico vivirlo, les aseguro que es posible
con un poco de buena voluntad, un momento de reflexión diaria y con la
disposición de entregar todo en las manos del Dios que nos ha regalado
el día. Debemos aceptar depender de Dios y darle a Él los controles de
nuestra vida. Que sólo Él sea el Señor de nuestro futuro, que Él guíe
nuestro accionar y todo estará a salvo: ¿Quién de ustedes puede
agregarle un solo minuto a su vida? Así que no se preocupen por el
mañana (Mt 6,27-29). Claro está que esta falta de preocupación hace
referencia a que cada día tiene su propia novedad, que es Dios quien nos
regala nuevas oportunidades.
Vale
la pena intentarlo. Porque de eso depende nuestra felicidad ya que
podrás vivir con mucha pasión cada día.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
No hay comentarios.:
Publicar un comentario