27 de agosto de 2013

La solidaridad exige compromiso

El 31 de agosto, ha sido declarado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el “Día Mundial de la Solidaridad”. Y este acontecimiento nos invita a reflexionar sobre la urgente necesidad de promover la solidaridad en nuestra sociedad. Vivimos en un mundo con grandes diferencias entre pobres y ricos, el que tiene y no tiene, el que puede y no puede. 
 
El criterio que nos guía suele ser una desmedida preocupación por el bienestar personal y del entorno familiar únicamente. Las demás necesidades suelen verse como un problema que no me afecta, por lo tanto no es mi responsabilidad preocuparme por encontrar soluciones. Y este mismo criterio se traslada a nivel internacional, donde los países que más tienen cierran sus fronteras hacia los que menos tienen. 
 
Es necesario que pensemos en un cambio de paradigma, optando por la cooperación y colaboración mutua a favor de todas las naciones y los pueblos para acabar con la pobreza y tantas desigualdades que viven nuestros hermanos. Para ello necesitamos que nuestras relaciones interpersonales, desde la base, sean fortalecidas por el ideal del amor y la solidaridad. Es necesario salir al encuentro del “otro”, teniendo como prioridad el “nosotros”, por encima del “yo”. Es el verdadero desafío de estos tiempos, en un mundo que nos lleva cada vez más a un mayor individualismo y signado por el egoísmo.
 
De allí que el valor del amor y la solidaridad deban ser inculcados desde la primera infancia en nuestros niños y jóvenes. Se trata de un estilo de vida que se adquiere en el hogar, donde aprenden a compartir y ser solidario con quienes interactúan los primeros años de vida. 
 
También es lo que aprenden en la escuela y en la sociedad, gracias a los gestos y actitudes concretas que en ellas se promueven. Es decir que como adultos, hemos de construir una sociedad donde las generaciones jóvenes, puedan valorar y fortalecerse en la solidaridad. 
 
Creo que la respuesta a tantas situaciones de crisis social que vivimos, es la falta de amor y solidaridad. A menudo se confunde la “solidaridad” con “asistencialismo”; recurso que utilizan muchos de nuestros gobiernos y organizaciones que pregonan el bien común. Sin embargo, la verdadera solidaridad consiste en acciones de amor y generosidad desinteresada. 
 
Es decir que solidaridad es la acción de una persona o un grupo que ofrece ayuda hacia otra persona o institución para poder cumplir un propósito u objetivo, sin pensar en sacar rédito del ofrecimiento que realiza. Se trata de dar una vida digna a tantos que no pueden, ni tienen la manera de sostenerla en el tiempo. 
 
Es compartir la vida de manera desinteresada. Es pensar en pos de proyectos que puedan dar vida a personas, comunidades, pueblos y naciones. El trabajo compartido y realizado en equipo facilita el verdadero desarrollo y comunión, permitiendo sentirse apoyado y sostenido cuando a uno le faltan las fuerzas para seguir caminando en la vida. Obviamente cada uno de nosotros tenemos una misión que cumplir frente a tantas carencias que viven nuestros hermanos que nos rodean. Y sin duda que cuan mayor es el cargo que ocupamos o la responsabilidad que se nos ha asignado, mayor es la obligación hacia este valor de solidaridad y amor. 
 
Pronto estaremos viviendo una etapa muy importante como nación, al prepararnos para las elecciones de nuestros futuros dirigentes. Ojalá sea este un espacio de mirada seria y responsable que nos permita optar por personas generosas y solidarias, capaces de sacrificar los beneficios personales en favor de la comunidad para que puedan cumplir con la función de conducir a nuestros pueblos. 
 
Que cada uno, desde el lugar que ocupa, demos pasos firmes que nos conduzcan hacia el amor y la solidaridad, haciendo realidad las palabras de San José Freinademez, el gran misionero verbita que evangelizó a los chinos: “El lenguaje de la caridad y el amor es el único idioma que entienden los hombres”. 


P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
 

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