Estamos empezando el tiempo del
Adviento, un tiempo espacial para caminar hacia la Navidad y al
encuentro con Cristo. Sin darnos cuenta ya estamos cerca de otro año que
finaliza. Creo que es importante que re-signifiquemos nuestras fiestas
para que realmente sean oportunidades donde se fortalece la presencia de
Dios en nuestras vidas y que no solamente nos quedemos en la propuesta
del mundo de consumo que hace que toda fiesta tenga que pasar por una
lista larga de compras, ventas, saludos, regalos y unas horas de
festejos…
Qué bueno que vivamos
este Adviento de manera distinta, haciendo que sea una oportunidad para
que nuestra familia avance en el camino hacia la Navidad, que es una
fiesta de amor y el Adviento un momento especial para renovar nuestros
vínculos familiares. No dejemos pasar el momento para buscar el perdón y
la reconciliación entre los miembros de la familia y que nuestros
festejos navideños tengan un clima de armonía y amor familiar.
Y
la base de nuestro amor es la misma Palabra de Dios, como nos dice San
Juan: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios. Y todo el que
ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. En esto se manifestó el amor que
Dios nos tiene: en que Dios envió a su Hijo único. A Dios nadie lo ha
visto nunca, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en
nosotros ( Jn 3, 7-11). Que bueno que cada miembro de la familia dé
pasos concretos para comprometerse uno con el otro en el amor, la
fidelidad y la entrega generosa al estilo de Jesús. Que nuestras
familias sean el lugar privilegiado para vivir el amor y la comunión.
Esperemos
la Navidad fortaleciendo en estas cuatro semanas la actitud de servicio
desinteresado al prójimo. La familia es la primera escuela donde hemos
de aprender a servir y compartir con generosidad, haciendo pequeños
sacrificios para demostrar el amor y la entrega hacia el otro. El mismo
Jesús nos dice: “…si alguno de ustedes quiere ser grande, sea su
servidor; y el que de ustedes quiera ser el primero, sea siervo de
todos, pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10, 43.45). Cuando
servimos con alegría y ganas el gozo de la convivencia familiar se
multiplica.
Busquemos recuperar el
sabor de la vida en este tiempo de Adviento. El sabor y el gusto de la
convivencia familiar que se ha perdido por la rutina, por el exceso de
trabajo, preocupaciones económicas, falta de tiempo de uno para el otro.
Es un tiempo para encontrar el sentido profundo de nuestra familia e
iluminar la vida con la fuerza de Dios. Como nos dice la Palabra de
Dios: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo…
Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo nuestras
buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos” (Mt
5, 13-16).
Por encima de todo es
un tiempo para fortalecer la presencia de Dios en nuestras familias,
uniéndonos en la vida de oración, lectura y meditación de la Palabra y
dejando que Dios sea el centro de nuestros hogares. Esperamos en este
Adviento que Dios ocupe un lugar privilegiado en cada uno de nuestros
hogares y que vivamos la fuerza de su presencia.
Que
este adviento nos prepare para recibir a Jesús en nuestros corazones!
Esto solo será posible si damos pasos concretos que nos permita ser
mejores personas y que en nuestras familias se viva cada vez más la
unidad y la armonía.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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