17 de marzo de 2009

Nuestra fe necesita renovarse

Juntamente con transcurso de la cuaresma vivimos el inicio de un nuevo ciclo lectivo. Por eso este tiempo se caracteriza porque cada uno está inmerso en tantos proyectos y planes que desea concretar durante el año. Pero qué prioridad le damos a la vida de fe en nuestras programaciones. Creo que en esta oportunidad no podemos obviar una reflexión seria entorno a la vivencia de nuestra fe. La iglesia nos propones para este tiempo tres prácticas cuaresmales que nos ayudarán a fortalecer nuestra fe: limosna, oración y ayuno.

Cuando hagas tu limosna, dice el evangelio de San Mateo, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,1-4). Que hermosa ocasión para vivir profundamente la solidaridad, no para que todos vean, y mi ego se sienta complacido, sino que realmente sea un estilo de vida y configure nuestra forma de ser.

La limosna va mucho más allá de una pequeña colaboración de aquello que nos sobra, sino que se trata de un brindar generosamente y con mucha alegría para una causa noble. Es una ofrenda hecha desde nuestro sacrificio para extender la alegría del Cristo resucitado, material y espiritualmente, hacia nuestros hermanos. Para esto no es necesario ir lejos, sino que hemos de empezar por el propio hogar, lugares de trabajo, barrio en el que vivimos. Es disponer al servicio de los demás las bendiciones para el bien de toda la comunidad. No se trata de un acto para tranquilizar la consciencia, sino un aporte consciente para promover la justicia.

El tiempo de cuaresma, como nos recuerda la Palabra de Dios, es también un momento privilegiado para la oración: "Y cuando oren, entra en tu "cuartito" y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te dará de Sí” (Mateo 6,5-6). Que sea un período para vivir profundamente la interioridad a través de la oración personal, lectura y escucha de la Palabra de Dios. Además, tengamos presente algo fundamental en la vida de un verdadero cristiano, que es la participación diaria (al menos semanal) de la Eucaristía, donde el mismo Jesús se hace presente de manera viva y real, para alimentarnos y fortalecer nuestra vida espiritual.

“Cuando ayunen, no pongan cara triste, tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,16-18). Que nuestro ayuno sea una expresión de profunda solidaridad en este tiempo de crisis, que se traduce en amor que nos lleve a partir el pan con el hambriento; compartir la posibilidad de trabajar para aquel que no la tiene, colaborar con nuestro esfuerzo generoso para que el reino de Dios esté presente en nuestra provincia, patria y en el mundo entero.

Tratemos de modelar la consciencia desde la fe y la rectitud. Tal vez si estamos inmersos en un andar precipitado por tantas actividades del inicio del año, es bueno encontrar un espacio de silencio, porque con Dios todo se hace más liviano y llevadero. Busca la manera de renovar tus relaciones interpersonales. Tomemos un tiempo para recapacitar sobre quién necesita de nuestra comprensión o perdón. Superemos las distancias causadas por el enojo, las decepciones, los engaños y que estemos abiertos perdón, la misericordia y el amor.

Y ojala que cada noche, la Palabra de Dios nos acompañe con una lectura breve, un momento de oración y un propósito personal, para que esta cuaresma, sea un derroche de amor y solidaridad para toda la iglesia.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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