12 de mayo de 2009

Detrás de las máscaras

Días pasados quedé sorprendido al ver tantas personas detrás de las máscaras en el aeropuerto de Buenos Aires. Era evidente la preocupación que tenían por cubrirse del peligro del “otro” con una máscara. Y mientras esperaba mi turno para ser atendido, escuché a un joven decir a una señora mayor que estaba preocupada por arreglar su máscara, que la suya no servía para protegerse del virus de la gripe, sino que simplemente la tranquilizaba, porque las máscaras que eran efectivas ya se habían agotado.

Todo esto me llevó a establecer una comparación entre la señora y la tranquilidad de unos cuantos de nosotros que teníamos la única protección que viene de lo alto y me hizo reflexionar sobre tantas actitudes de nuestra vida cotidiana. Además de considerar las muchas lecciones que deberíamos aprender como comunidad internacional, a través de este temor colectivo.

En primer lugar creo que la gran necesidad de salvarse detrás de una máscara es sólo una ilusión, como bien lo expresaba el joven que estaba en la fila. Es necesario pensar un poco más allá de nosotros mismos y saber que el virus, aquel que enferma el interior de cada individuo, no está sólo en el otro sino que está en mí. Hemos de ocuparnos y preocuparnos del hermano sabiendo que no hay máscaras que nos pueda proteger del peligro de quien lo tenemos al frente, cuando de egoísmo se trata.

En segundo lugar saber que la integridad de la creación es responsabilidad de todos. Muchas veces somos incapaces de solucionar los problemas de fondo que tenemos en nuestra vida, optando por lo más fácil y rápido, inventar máscaras y escondernos detrás de ellas. ¿Cuáles son las máscaras que tengo puesta para no lograr la verdadera integridad de la vida? Las máscaras frente a la pareja, a la familia, con quienes comparto en mi trabajo. Muchas veces en lugar de protegernos, nos escondemos detrás de tantas máscaras y resistimos encontrarnos con la verdad y realidad de cada uno. Creo que las palabras de aquel joven nos deben servir para reconocer y quitarnos las muchas máscaras con las que caminamos en la vida.

En tercer lugar saber que quienes venden las máscaras son nuestros "amigos”. Y que sencillamente están detrás de su negocio, haciéndonos creer que esto nos librará de la enfermedad. En este sentido hemos de sincerarnos como sociedad para que no sigamos vendiendo y comprando ilusiones, sino que nos preocupemos por ser verdaderos hombres y mujeres de bien. Este desafío nos toca a todos y muy de cerca. Especialmente en estos tiempos de campañas electorales, donde es necesario un esfuerzo colectivo para superar tantas epidemias como la pobreza, la desocupación, las problemáticas juveniles, las carencias que resienten la salud de nuestros pueblos. No basta con buscar máscaras que protejan “mi persona, mi familia, mi economía personal, mi partido, etc.” Es tiempo de pensar más allá de nosotros mismos, preocupándonos por el bien común y no actuar egoístamente tratando de resolver solo aquello que asegura un bienestar personal.

Ver tanta gente con máscaras me hizo pensar sobre aquellas situaciones cotidianas que nos dividen, aíslan, nos llenan de temores. Lindo sería que podamos ser personas sinceras, para que no desesperemos en comprar la mejor máscara que nos proteja, sino que busquemos aquel bien que me asegura que cubre y ayuda a mi hermano. Ojala que juntos podamos exterminar el virus del egoísmo que muchas veces nos enferma más que la gripe porcina y que en este tiempo de crisis pongamos en práctica las palabras de San Juan que nos dice: “Hijos míos: No amemos solamente de palabra, amemos de verdad y con las obras. El amor cristiano no se reduce a discursos melosos ni a sentimentalismos vanos. El amor verdadero es servicio, entrega y solidaridad con la persona que sufre y padece. (1Jn 3,18.24)

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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