20 de octubre de 2009

Valorar la familia

Vivir octubre con intensidad, es recordar con alegría el mes de la familia. Y que mejor ocasión ésta, para reflexionar sobre la importancia de fortalecer los vínculos familiares en nuestra vida cotidiana, reconociendo que es allí donde se forman y humanizan las personas. Aunque no siempre la realidad de nuestras familias modernas son alentadoras, es bueno que fortalezcamos nuestra convicción del valor que tiene la familia en nuestra sociedad.

Sin embargo todos sabemos que existen innumerables situaciones que atentan contra la integridad de nuestras familias. Las corrientes neoliberales, la influencia negativa de la tecnología y los medios de comunicación, el consumismo, el materialismo etc. han llevado al deterioro de nuestras familias. Las actitudes consumistas y permisivas han reducido la felicidad en lo meramente placentero del momento… y la falta de perseverancia y sacrificio en el seno de la familia convierten la convivencia en un verdadero desafío.

En estos tiempos de tantas adversidades nos recuerda el Papa Juan Pablo II, “hacer de la Iglesia, la casa y la escuela ambientes de comunión” (Novo Millennio Ineunte 43); reto que ha de asumir plenamente la familia, ya que ésta es núcleo primario donde la persona nace, crece, cultiva su fe y su participación ciudadana.

En primer lugar, la espiritualidad de la comunión no debe quedar en un intimismo sentimental e indefinido. Desde la espiritualidad Trinitaria los miembros de la familia han de cultivar una comunicación sincera y abierta, reconociendo y aceptando a cada uno con sus fortalezas y debilidades, desde la comprensión y la escucha. En estos días hemos avanzado tanto en las tecnologías de comunicación, sin embargo vivimos grandes deficiencias en la comunicación interpersonal entre los propios miembros de la familia. No pocas veces nos encontramos con niños y adolescentes que se sienten mucho más a gusto con sus amigos que entre los propios miembros del hogar. Qué bueno que nuestras familias sean lugares de verdadero diálogo – donde se comparte la vida. En este sentido no hemos de tener miedo de “perder el tiempo” para nuestros seres queridos.

La vida es don de Dios y cada persona es “un don de Dios para mí” (Novo Millennio Ineunte 43). Ojalá que esto sea la base de nuestra relación en la familia, la de reconocer el don que es cada persona: el padre, la madre y los hijos, cada uno en el rol que le compete en el hogar. A menudo nuestra convivencia es un peso que soportamos hasta lo aguantamos… Es importante que nuestra relación no sea un soportar la carga, sino una entrega generosa por amor, reconociendo el don precioso que es cada persona. Es deber de cada miembro de la familia hacer un esfuerzo para que la convivencia de cada día sea un encuentro de alegría y donde cada día se renueva la decisión de amar.

No hay relación familiar sin conflictos. Creo que desde la madurez, es necesario que aprendamos a superar los conflictos en nuestra propia familia. Considero que una de las razones principales de tantos fracasos y falta de alegría en la sociedad actual es no saber superar los conflictos y las adversidades cotidianas de la vida. Qué bueno que la familia sea una escuela de aprendizaje en este aspecto. Aceptar, comprender y perdonarnos mutuamente nos hará crecer y alcanzar la comunión.

Pero…por encima de todo, la familia que come y descansa unida, no puede dejar de orar unida… para permanecer unida. Que Dios sea el centro de nuestras familias para que su gracia nos mantenga siempre unidos. Y que la luz del Espíritu Santo ilumine a todas nuestras familias para que sean testimonios vivos de la comunión del DIOS UNO Y TRINO.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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