20 de julio de 2010

¡Dios te bendiga, querido amigo!

¡Con cuánta alegría vivimos hoy! Es que celebramos el Día del Amigo, motivo por el cual es bueno reflexionar sobre el valor de la amistad en nuestras vidas. En estos tiempos donde existen tantas relaciones superficiales, es bueno valorar las de aquellas personas que realmente están a nuestro lado en los tiempos importantes de la vida: alegrándonos con su compañía en los momentos felices, sosteniéndonos con una palabra o con un gesto en los lapsos de tristeza o angustia y, por encima de todo, sintiendo su presencia en cada paso de nuestra vida.

Personalmente considero que la riqueza de uno no depende de lo que tenga, ni de la cuenta abultada que posea en el banco, sino de las personas a quienes es capaz de brindarse en la vida. Más de una vez he escuchado decir a las personas: “Ustedes son lo más importante que tengo, son las que dan sentido a mi vida…” Y creo que la amistad precisamente de eso se trata. Porque no hay duda de que pasamos por muchos sufrimientos y estados de soledad cuando nos faltan los verdaderos amigos.

Considero que la amistad es un don y regalo de Dios que debemos aceptar, comprender y sostener. Se sustenta este don en la misma creación del hombre, donde Dios quiso que fueran a su imagen y semejanza (Gen. 1, 26). En este sentido toda amistad parte de un Dios que nos regala la vida como un don para compartirlo con amor. Y a partir de allí nos invita a extender este lazo de amistad a nuestros seres queridos con generosidad y entrega en nuestra vida cotidiana.

La verdadera amistad implica el respeto absoluto por la otra persona, tal como es. Todo intento de acomodarla a nuestro gusto e imaginación solamente puede dañarla. Y esto vale también para muchas relaciones de parejas que terminan con grandes frustraciones y sufrimientos cuando intentan modificar a la otra persona, negando aceptarla tal como es. Como seres humanos tendemos a querer cambiar a los demás y hacerlos a la manera que a nosotros nos parece que deben ser. En este sentido la verdadera amistad se fortalece en la medida en que uno es capaz de aceptar y armonizar las diferencias para desde allí lograr enriquecerse mutuamente.

Los amigos dan sentido a la vida ayudándonos a crecer como personas generosas. Ellos nos permiten practicar tantas virtudes que nos llevan a la plenitud de la vida. Por eso el mismo Jesús al elegir a sus colaboradores dijo: “Yo no los llamo servidores... sino amigos” (Jn. 15, 9-17) porque en la amistad existe confianza y entrega e implica una reciprocidad que va más allá de un simple devolver favores o un mero cumplimiento de los compromisos. Es una opción de vida para las causas más nobles.

La base de toda relación humana parte de una amistad sincera y se hace plena cuando asumimos los grandes compromisos a los que llamamos vocación: ya sea matrimonial, religiosa, sacerdotal, etc. Y cuando esta entrega está centrada en la amistad sincera con Dios y las personas produce abundantes frutos de alegría, servicio y entrega generosa. La amistad está por encima de mi querer y conveniencia, no se puede forzar ni tampoco inventar…

La auténtica amistad es un misterio donde se encuentran personas capaces de entregarse y sostenerse, humanizando relaciones interpersonales y santificando la vida cotidiana independiente de la edad, sexo, condición social, etc.

Cuando la amistad no es sana muchas veces lleva a las personas a la desorientación en la vida. Una sana amistad ennoblece a las personas, sostiene en los momentos críticos de su existencia, ayudando a sobrellevar las cargas cotidianas. Nos permite superar tantas situaciones límites que en soledad nos resultaría imposible.

Que Jesús amigo los bendiga a todos en este día y que las buenas y verdaderas amistades sean motivo de gozo en la vida.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

No hay comentarios.:

Publicar un comentario