27 de julio de 2010

El arte de la sana convivencia

Uno de los aspectos de la vida, que ayudan a la felicidad cotidiana, es disfrutar de una sana convivencia. No hay duda de que una relación armónica nos llena de alegría y paz. Cuando falta esta cohabitación equilibrada se generan grandes sufrimientos en la vida de las personas. Convivir en un clima sano es una elección que hace cada persona de manera permanente y representa un continuo desafío. Cuando hay un amor sincero que sustenta la convivencia, todo resulta más fácil y agradable. Pero, cuando falta este amor, el trato resulta cada vez más conflictivo e inaguantable. Esto vale para todo tipo de convivencias: en la familia, en los lugares de trabajo, en la sociedad…

Uno de los aspectos que siempre nos quita la armonía y la paz en la convivencia es la falta de apertura a la novedad de Dios. A menudo nuestros prejuicios hacia las personas y situaciones no nos permiten ver la novedad que hay en el otro y anulan la posibilidad de apreciar el crecimiento de la persona. Y es ésta la razón por la cual muchas relaciones interpersonales se desgastan en el tiempo. La gran mayoría de las personas se cierran a las estructuras e ideas personales y no siempre dejan lugar para otras opiniones y posturas en la vida. Gran parte de los conflictos son, en el fondo, por esta falta de apertura a la novedad que Dios pueda causar en la otra persona.

Pero es bueno reconocer que también existen matrimonios, parejas, relaciones interpersonales que sobreviven toda crisis y conflicto. Sencillamente el motivo de superación radica en que optaron por una sana convivencia, desde el perdón y el amor. La crisis les sirvió para crecer y afianzar ese amor. “¿Encontró palabras de sabiduría? Es porque reflexionó en el sufrimiento” (Sirácides 13,25).

La sana convivencia implica una gran tolerancia a las diferencias. Como sociedad pocas veces estamos acostumbrados a aceptar y tolerar lo distinto, lo diferente, especialmente si las diferencias nos incomodan de alguna manera. Esto lo vemos a nivel país en los conflictos que surgen en el mundo de los adultos y que, a menudo, no representan un buen ejemplo para nuestros niños y jóvenes. La falta de tolerancia entre los padres, organismos sociales y públicos, etc., siguen siendo un asignatura pendiente, un gran signo de pregunta. Por supuesto esta intolerancia, es un mal ejemplo, que lamentablemente se traslada a nuestros niños y jóvenes. Aunque resulte increíble, pero muchas veces nos encontramos con personas que viven bajo el mismo techo, llenos de rencores e incapaces de dirigirse palabras unos a otros.

Formar una niñez y una juventud para la sana convivencia también implica prepararlos para asumir los conflictos y adversidades de la vida cotidiana. Creo que éste es un aspecto donde muchas veces los adultos tenemos grandes fallas, ya que consideramos que nada debe significar “sacrificio” para el niño/ joven, que todo debemos darle, con la intención de facilitar su aprendizaje. Pocas veces preparamos a nuestros niños y jóvenes para enfrentar fracasos, pérdidas, obstáculos. Preparemos a nuestros niños y jóvenes a superar los conflictos de la vida cotidiana desde la fe como nos dice San Pablo: “En las tribulaciones sabemos que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia hace madurar y la madurez aviva la esperanza” (Rom. 5,4).

No olvidemos la importancia de crear un clima de amor, que genere un ambiente de paz, armonía y equilibrio lo que nos ayudará a lograr una sana relación para que nuestra convivencia cotidiana no sea sólo un soportarnos mutuamente, sino un verdadero encuentro entre las personas desde el amor.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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