6 de julio de 2010

El derecho a crecer y formarse en familia

Ante tanta discusión e incertidumbres en las que estamos inmersos como sociedad, los invito a reflexionar sobre la necesidad que tienen nuestros niños de nacer, crecer y formarse en el seno de una familia.

Es un “derecho inalienable” y creo está tan descuidado y poco considerado en estos tiempos en los que tratamos de justificar todo los que nos conviene sin tener en cuenta que aquello que considero “mi derecho” afecta y quita el derecho del otro. Tengamos presente y no permitamos que se suprima “el derecho del niño de crecer en una familia”. Y aquí es bueno recordar que el niño “no tiene voz, ni voto” en esta discusión.

La familia en todos los tiempos ha sido la institución natural por excelencia, que cumple la función de conservar la especie humana y asegura la felicidad de los cónyuges. Es tan antigua que ha sostenido a la humanidad a través de la historia, superando situaciones adversas en todos los tiempos, adecuándose a los cambios, pero sin perder su esencia.

Hace poco me hacía notar una madre lo importante que es tener el padre y madre activamente presentes en la crianza de un hijo. La falta de uno de ellos puede traer consecuencias para nuestros niños y jóvenes: en su crecimiento emocional, en su identidad sexual, en el crecimiento armónico...

A veces tengo la sensación de que, como sociedad, estamos tan preocupados en regular y legalizar las convivencias que pocas veces priorizamos a quienes son frutos de esta convivencia: los hijos. Como sociedad no debemos echar de menos y menospreciar esta gracia para evitar caer, como muchos países europeos, en la moda de tener pocos hijos, ya que priorizan el disfrutar de la vida en pareja; “El hijo molesta o bien puedo adoptar uno de algún país del tercer mundo donde hay muchos…”.

La vida del ser humano es el don más preciado de Dios y el mejor lugar para su formación integral es la familia, pero la que está constituida por un padre y una madre.

El primer y más fundamental derecho del niño es tener una familia, con un padre y una madre que le aseguren una existencia acorde a la dignidad humana. Obviamente que muchos hijos de nuestra sociedad son “huérfanos”, por tantas situaciones de abandono en cuanto a la presencia real y efectiva de sus padres, en su función de acompañar el crecimiento de sus hijos.

Sencillamente se ha generado esta división entre el derecho de disfrutar de la relación de pareja, sin el compromiso y la responsabilidad de crecer y madurar en el amor, dando vida y sosteniéndola. Hoy por hoy, hasta nos animamos a legitimar propuestas que van en contra del orden biológico y natural por conveniencia y por idolatrizar el derecho a todo tipo de convivencia…

Formar hombres no es sólo darles vida, es asegurarles todos los medios sin los cuales la vida no es digna de ser vivida. Los padres, dándoles la vida a sus hijos, contraen la obligación de asistirlos con sus cuidados durante todo el período de su desarrollo. Sólo la monogamia realiza esta concentración de afectos que puede beneficiar a padres y a hijos.

Los enemigos del verdadero amor son el impulso que nos lleva a la inestabilidad y la irresponsabilidad y el no querer hacer sacrificios y renuncias en la vida. La familia forma a los esposos para el sacrificio, contrario a los egoísmos sexuales. Por esto mismo, es la gran escuela educativa del verdadero amor.

Toda propuesta contra la familia es contra el niño, que no tiene la posibilidad de levantar su voz y contra la misma sociedad… Que “Dios familia” nos fortaleza y llene de valentía para no dejarnos llevar por la conveniencia del momento y ser responsables al momento de tomar decisiones en favor de la sociedad entera, frente a propuestas que anulan el derecho del niño a crecer y formarse en una familia.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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