17 de agosto de 2010

Ámense los unos a los otros

Ante la vivencia de una realidad donde estamos permanentemente sorprendidos por las noticias de tantas situaciones de violencias en nuestro país y en medio de tantos signos de egoísmo que surgen a nuestro alrededor, creo oportuno invitarlos a reflexionar sobre “el mandamiento del amor” ya que debe ser la base de nuestra convivencia cotidiana en nuestras relaciones humanas. Sin duda esto implica pensar y soñar con una sociedad en la que cada uno tenga una preocupación por el hermano que sufre y padece necesidades.


Este pensamiento es, sin duda, la base de toda vivencia de fe. Es que como cristianos estamos llamados a vivir de manera aún más comprometida en el amor de Cristo lo que nos ayudará a estar en una verdadera comunión con nuestros hermanos y practicar esta actitud de amor fraternal en la vida. Todo esto nos exige tener una mirada comunitaria, una mirada a tantos problemas sociales de nuestro país pero con ojos de Cristo, juzgando desde la Palabra de Dios y actuando desde el sentir de Cristo.

Jesús en su Palabra nos invita a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. De hecho, Él se hizo nuestro prójimo y nos pide que busquemos respuestas a tantas situaciones de pobreza, marginación y sufrimientos para tantos niños que pululan en nuestras calles, tantas familias que sufren pobreza y abandono, tantas familias desintegradas, tantos jóvenes sin orientación. Son tantos los desafíos que nos rodea y no siempre es fácil dar respuestas a todos ellos, pero sí, cada uno de nosotros hemos de pensar en respuestas concretas desde nuestras posibilidades.

La verdadera fe no solamente busca una relación con Dios en la oración, sino también en el encuentro concreto con nuestros hermanos a través de un verdadero servicio. El amor que distingue al cristiano ha de ser un amor universal: que se abre a todas las personas y traspasa las fronteras de mi familia, de mi pueblo y de mi patria… Es un pensar en común, más allá de mis necesidades, de mis gustos, de mis deseos. Es amar a todos así como Cristo nos amó.

Cuando hablamos del amor, muchas veces tenemos tantas experiencias que nos decepcionan entorno a esta palabra. Y ciertamente el amor que Jesús nos propone no se trata de una declaración platónica, sino que trata de encarnarse en obras, servicio y en la entrega - cada uno desde el lugar que le toca: en la familia, en nuestros lugares de trabajo, en la atención hacia tantas necesidades de nuestros hermanos que menos tienen, en las decisiones que parten de nuestros organismos públicos y gubernamentales, etc. y, por encima de todo, la oración permanente a favor del hermano que más sufre en nuestra sociedad. El apóstol Santiago insiste sobre el amor que nos lleva a las obras concretas al decir: “¿De qué servirá hermanos míos el que uno diga tener fe, si no tiene obras?” (Sant 2, 14-17).

Hagamos que nuestro amor sea un don vivido en toda la sociedad. Un don que parta desde la fe en Cristo; un don que nos lleve a la caridad, a la generosidad, a la solidaridad. Es decir, a la entrega total al hermano que más necesita. Un amor visible, que denote nuestra preocupación permanente por atender a nuestros hermanos. Un amor que nos ayude a superar todo egoísmo a favor del hermano, como nos dice San Pablo: “Si yo hablara todas las lenguas de los hombres, el lenguaje de los ángeles, pero no tuviera caridad, sería como un metal que suena o campana que retiñe” (1Cor 13, 1-13).

Que en estos tiempos de tanto materialismo, la palabra de Jesús nos siga animando y fortaleciendo: “Ámense unos otros como yo los he amado”. Que este mandato del gran maestro sea un desafío asumido con generosidad y entrega.

P. Juan Rajimon

Misionero del Verbo Divino

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