31 de agosto de 2010

Ser solidario, un valor irremplazable

Hoy el mundo celebra el día internacional de la solidaridad con el deseo de revalorizar y fortalecer la hermandad sobre todo en estos tiempos que tanta falta nos hace. Es bueno que en esta oportunidad podamos reflexionar sobre la necesidad imperiosa de la colaboración y la solidaridad en nuestra vida social y comunitaria.

En primer lugar, vivimos una situación de gran crisis económica que nos invita a superar la situación de pobreza y miseria que afecta a tantos hermanos de nuestra patria. Nos invita a dar pasos hacia un mayor reconocimiento de nuestra identidad como cristianos y desde nuestro lugar asumir ser hermanos para los demás. Es tiempo que miremos más allá de nuestras comodidades y encontremos el verdadero rostro de quienes padecen tantas necesidades y sufren en nuestra sociedad: aquellos que están carentes de recursos económicos y que no pueden llegar a fin de mes, los que luchan con las obras sociales para tener una atención digna, aquellos sin trabajo, los jóvenes sin perspectiva de un futuro certero…

La solidaridad implica justicia social. Desde el valor de la solidaridad estamos invitados para lograr la justicia y la equidad social. Esto es posible en la medida que seamos capaces de ver a un hermano en la otra persona que sufre y padece necesidades. Es lo que muchas veces necesitamos en nuestras oficinas, trabajos y cargos que ocupamos. Saber que mi servicio puede ser para liberar o esclavizar a las personas.

Porque ser solidarios es una gracia de Dios que hemos de nutrirla con nuestras actitudes y respuestas concretas. Es compartir parte de nuestros bienes espirituales y materiales para estar cerca del hermano que necesita. En la misma persona de Jesús tenemos el gran ejemplo y gesto solidario de Dios. Envío a su Hijo único para que tuviéramos vida, y vida en abundancia, salvando a toda la humanidad. Y Jesucristo nos ha dado el mayor de los ejemplos: entregó su vida en la cruz, siendo solidario hasta el extremo. Por eso para el cristiano, la experiencia de solidaridad tiene un profundo sentido de amor y entrega que se basa y parte de la experiencia de ser amado por Dios, gratuitamente.

Es una vivencia que nos ayuda siempre a superar nuestra lógica de “equivalencia”: te doy y me das; te doy porque debo; te devuelvo lo que me diste; te doy porque sé que algún día voy a necesitar; te doy porque sé que me vas responder… Hay muchas maneras por las cuales regimos nuestras relaciones interpersonales, pero desde una mirada egoísta y mezquina, con el único afán de manejar y controlar. Sin embargo, la verdadera solidaridad consiste en un dar generoso, sin esperar recompensa. Es una actitud de entrega permanente y sin condicionamientos.

Solamente esta gratuidad puede llevarnos a la verdadera felicidad en la vida. Pero muchas veces ella está condicionada por nuestros intereses mezquinos y egoístas. Es una de las razones por la cual nos cuesta gozar de la entrega generosa. Es lo que empobrece nuestras relaciones interpersonales y silencia la posibilidad de gozar de la vida profundamente. Por la falta de esta solidaridad muchas veces aun en los círculos más íntimos de la propia familia: en la pareja, con los hijos, familiares cercanos, amistades, vivimos un profundo dolor, ante la falta de respuesta de los demás frente a la entrega generosa. A menudo tendemos a desanimarnos, nos llenamos de enojos, hasta cambiamos nuestra forma de ser. Solamente una actitud de solidaridad y un dar sin esperar, nos puede enseñar a vivir la experiencia mística de la entrega generosa.

P. Juan Rajimon

Misionero del Verbo Divino

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