7 de septiembre de 2010

María, entrega y confianza en Dios

El 8 de septiembre celebramos el día de la Natividad de la Virgen María. Es un momento muy especial para reflexionar sobre nuestra devoción a María, modelo de madre que siempre nos orienta y lleva hacia su hijo Jesús. Fiesta de profundo significado para nuestros pueblos, ya que somos un país mariano por excelencia, que se acerca a Jesús gracias a la Madre que nos guía y anima.

Todas las fiestas marianas nos llevan a reconocer a María como la persona muy especial, que supo mostrarnos el camino hacia Jesús y el Padre. Ella nos ha dado el ejemplo y conduce a todos sus hijos a Dios.

Por eso nos produce mucha emoción y son muchísimos los fieles que se congregan en distintos lugares y santuarios donde aparece la virgen María regalando sus mensajes. Estas realidades muchas veces nos llevan a dudar y a cuestionar. Hay personas que se preguntan: ¿Es necesario ir a Salta, a Luján, a Itatí para encontrarse con la Virgen? Claro que no. Ella es nuestra madre del cielo y está siempre atenta a nuestras oraciones. Pero no hay duda que en los santuarios encontramos una fuerza especial de Dios y toda peregrinación renueva nuestra fe y confirma nuestra condición en esta tierra de cristianos y bautizados, de peregrinos por excelencia.

Por otro lado, tal vez nos preguntamos el porqué de tanta devoción a María si la Biblia habla tan poco de ella. Aunque a primera vista pareciera que María está ausente en el libro de la Palabra, el Evangelio de San Lucas nos dice con claridad cómo Dios utiliza a personas humanas para su plan de salvación. En este sentido María es nuestro ejemplo, en la escucha a la voz del Espíritu Santo. Una mujer orante, que supo siempre discernir la voluntad de Dios en cada momento de su vida. No hay duda de que se trata de una profunda experiencia de Dios, que sólo es posible cuando nos abandonamos en las manos del Padre bueno.

En estos tiempos tan difíciles que vivimos, María nos enseña a tomar conciencia de la misión que hemos de cumplir cada uno en esta tierra. El nacimiento de todo ser humano no es una casualidad, sino que Dios tiene una misión que cumplir en cada uno. Para que podamos descubrir esta misión es importante decir como María: “…hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38). María nos enseña a confiar plenamente en la providencia de un Dios que nos ama en todo momento. Y su vida es la confirmación de la Palabra de Dios como nos enseña San Pablo: “Ahora bien, sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que lo aman, de los que según su designio son llamados… y a los que llamó, a esos los justificó; y a los que justificó a esos también los glorificó” (Rom 8, 28-30).

María es el reflejo de este profundo amor que tiene cada madre por sus hijos. Es una madre que ama a toda la humanidad, intercediendo delante de su hijo Jesús, por cada uno de nosotros. Y tengamos la certeza de que toda intercesión a través de la Madre María es una realidad en la vida de los que creen porque ella está cerca de Dios y nos acerca a Dios. Mujer de profundo amor por la humanidad.

Por encima de todo, María es un ejemplo de amor incondicional que implica una gran capacidad de lucha, sacrificio y abandono en la providencia de Dios. Un gran ejemplo de silencio, oración y generosidad que nos llena de fortaleza para cumplir la voluntad de Dios en cada paso de nuestra vida.

Que nuestra Madre María, conduzca a todos sus hijos a Jesús y nos enseñe a ser discípulos en la fe y en la entrega generosa.

P. Juan Rajimon

Misionero del Verbo Divino

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