19 de octubre de 2010

Fe, organización democrática y unidad

Fue el título de uno de los tantos artículos que aparecieron en los periódicos de los últimos tiempos, en el que se relataba el verdadero milagro del rescate de los 33 mineros atrapados en la mina de Copiapó y que conmocionara al mundo entero. No hay duda de que esta vivencia merece nuestra reflexión como ciudadanos, ya que más de una vez hemos experimentado situaciones límites, aunque no de la magnitud de estos hombres que pasaron más de setenta días a unos 620 metros bajo tierra, con mínimas posibilidades de permanecer con vida.


Entre tantas cosas que leímos y escuchamos en los periódicos y canales televisivos sobre las entrevistas con los rescatistas, las autoridades chilenas y los mismos mineros, se destaca la fe puesta en Dios. No hay duda de que el gran milagro ocurrió en medio de tantas personas humildes y sencillas, sin destacados estudios, ni formación para afrontar tan fuerte experiencia. Aunque es importante reconocer que lo único que logró sostenerlos fue su gran fe. Fueron muchos los momentos que se unieron para orar y fortalecerse desde la fe, porque sabían que sólo Dios podía hacer lo imposible, aquello que el hombre no alcanzaba lograr. Y esto lo debemos destacar porque es bueno escuchar que aún en medio de tantos avances tecnológicos, todo un país reconoce la grandeza de Dios y su confianza plena en Él.

Y ante tanta confianza, me interpelaba sobre el proyecto de ley presentado hace poco en la ciudad de Buenos Aires que propone “prohibir la presencia permanente de imágenes o motivos religiosos en todos los edificios y espacios públicos de la Ciudad de Buenos Aires”. El proyecto fija además un plazo de 18 meses para quitar las ya existentes.

¡Qué contradictorio! ¡Qué llamativo! A 600 metros bajo tierra, en medio de tantos operativos tecnológicos, se enaltece y confía en Dios, mientras que sobre la tierra hay quienes pretenden quitar a Dios de nuestra presencia.

Sin querer entrar en una polémica estéril, creo tenemos mucho que aprender de estos hombres sencillos que nos enseñan a confiar en Dios. He quedado sorprendido por las palabras de Henríquez, quien decía: “Me tocó ser el líder espiritual de los muchachos. Traté de acercarme a ellos para que conocieran la palabra del Señor. Ellos se sintieron apoyados por mí. Estábamos ansiosos después de tantos días allá abajo. Oramos todos juntos antes de que comenzara la operación rescate, sabíamos que todo iba a salir bien...”. ¿No será que nos está diciendo que nuestra misión es confiar y trabajar para salvar a las personas y no ocupar nuestro valioso tiempo y esfuerzo para aquellas cosas y actitudes que hieren el sentimiento de las personas? ¿No será que, cada vez más, estamos necesitando personas comprometidas, que sean líderes espirituales y conductoras del destino de nuestros pueblos?

Es evidente que la democracia y el consenso se enaltecen como valores esenciales en la vida de las personas, tal como reconocieron estos hombres sencillos. Es un gran desafío que muchas veces inhibe el avance de los países, al no tener en claro el bien común y trabajar en favor de éste. Creo que desde su ejemplo, podemos aprender a compartir lo poco o mucho que tenemos como país, como provincia, como comunidad o como familia en favor de todos. Compartir las carencias, hacer los sacrificios y celebrar los éxitos entre todos, de eso se trata la democracia.

Ha quedado claro “que la unión, hace la fuerza”. La unión para soportar entre todos, aquello que les tocaba enfrentar, sosteniéndose mutuamente y olvidándose del individualismo que sin duda anula los nobles ideales. Caminar juntos, tener el objetivo claro de salvarse todos, les permitió alcanzar la meta. Ojalá que este gran milagro de Dios en Copiapó, en la mina de San José, nos enseñe a ser personas de confianza plena en Dios, capaces de compartir con generosidad y unirnos en pro de los grandes ideales de la vida para lograr sacar a tantas personas que están inmersas en la pobreza y la marginación.

P. Juan Rajimon

Misionero del Verbo Divino

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