26 de octubre de 2010

Sostener y defender la familia

Estamos finalizando el mes de la familia y es bueno que reflexionemos sobre la importancia que ésta tiene en la construcción de nuestra sociedad, una sociedad capaz de formar a personas de manera integral. La familia, por excelencia, es el lugar de una convivencia feliz y solidaria. A pesar de tantos cambios que hemos vivido en los últimos tiempos, la familia sigue siendo la base de la estabilidad de una sociedad.

La familia, en primer lugar, es la base del crecimiento afectivo de todos los individuos. Es el primero espacio de socialización, en el cual la persona adquiere aptitudes personales y los valores fundamentales para una convivencia armoniosa en el ambiente en que debe desempeñarse. Es bueno que tengamos en cuenta algunas claves esenciales en nuestra convivencia cotidiana para que nuestra vida de familia sea un espacio de alegría y gozo, y que en ella se cimienten los verdaderos pilares para que tengamos una sociedad basada en los valores del Evangelio.

Uno de los aspectos fundamentales de estos tiempos posmodernos que vivimos, es propiciar un verdadero diálogo entre los miembros de la familia. Muchas veces, en medio de tanta tecnología moderna, estamos muy lejos de quienes compartimos la vida a diario. No son pocas las veces en que la tecnología es un impedimento para que los miembros de la familia tengan un espacio de contención afectiva y sostenimiento uno para el otro que es tan importante en estos tiempos. Creo que una de las claves para la felicidad de nuestras familias es aprender a disponer del tiempo para el otro; en estar con la persona y acompañar el proceso que cada uno vive de manera tan particular y que sean los miembros de la misma familia los que puedan sostener a las personas en los momentos difíciles. Mucho de los grandes desequilibrios afectivos de nuestros jóvenes, tienen su origen en la falta de esta contención real de sus familias.

El mundo secular en que vivimos, nos tiene ocupados en atender tantas necesidades que nos apremian: el trabajo, las tareas del hogar, las necesidades económicas, las compras, que no siempre encontramos tiempo para fortalecer el espíritu. Solamente con la fuerza que viene de lo alto, podremos superar tantas adversidades que atacan a nuestras familias. Como nos decía Juan Pablo II, “la familia que reza unida permanece unida”. En la vida de familia es fundamental que haya espacios de oración y encuentro personal con Dios y cuando la familia se une para orar, Dios se ocupará de sostenerla y defenderla.

Son tantas las veces que escuchamos que hay personas que son maravillosas en su relación con los demás y, sin embargo, no son capaces de compartir y brindar esta inmensa bondad en el propio hogar, en la pareja y con los hijos. La familia ha de ser el principal lugar de ejercicio de la caridad y la generosidad. Cada miembro de la familia ha de ser el ejemplo vivo del amor de Dios en la entrega generosa, y que viva profundamente el espíritu de lucha y sacrificio para el crecimiento y fortalecimiento de los miembros de la familia.

La alegría y el gozo del seno familiar no dependen de los pocos problemas que tienen que enfrentar, sino se basa en su capacidad de amar y perdonar permanentemente. Muchas veces la falta de perdón y reconciliación hacen que la vida familiar sea una carga pesada de llevar adelante y a tantas otras llevan a la separación. Sin duda implica un profundo amor del uno hacia el otro desde el perdón y la reconciliación, lo que permitirá que haya alegría y felicidad en nuestros hogares.

Que la Sagrada Familia de Nazaret siempre nos anime y acompañe, en esta tarea de sostener nuestra familia para que sea un lugar privilegiado de amor y entrega generosa.

P. Juan Rajimon

Misionero del Verbo Divino

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