2 de noviembre de 2010

Misterio de la muerte y la vida eterna

En noviembre celebramos la solemnidad de Todos los Santos y junto con ellos el día de Todos los Difuntos. Son dos celebraciones que nos invitan a reflexionar sobre el misterio de la muerte y la vida eterna. La muerte como un paso a la vida eterna. Creo que es importante meditar sobre este gran misterio, especialmente frente a la pérdida de nuestros seres queridos, que seguramente todos hemos experimentado en algún momento de nuestra vida.

Aunque todos somos conscientes de que la muerte nos tocará con certeza algún día y nadie es exento de este misterio, es uno de los pasos que más nos cuesta asumir, especialmente cuando se trata de algún ser querido muy cercano como padres, hijos o pareja.

Los sentimientos de pérdida son tan fuertes que no resulta fácil superarlos. Muchas veces la partida de un ser querido al más allá lleva a muchas personas al desaliento, a la desesperanza.

En mi vida de consagrado, he acompañando a muchas familias y personas frente a la pérdida de algún ser querido y en los últimos tiempos he experimentado personalmente esta realidad, y creo que la mejor manera de asumirla es desde una profunda actitud de agradecimiento y gratitud a Dios, que es el autor de la vida, por los años que nos permitió disfrutar de ese ser querido. Es que cada ser humano es un regalo y una bendición de Dios para compartir y celebrar la vida. Porque Dios nos ama a través de las personas concretas con nombre y apellido…

Y para un cristiano, la muerte no debe ser sinónimo de pérdida, sino un paso firme a la vida eterna. Es la certeza del encuentro final con Cristo y es el culmen de la vocación de seguimiento a Cristo. Esta es la esperanza que nos debe animar frente a la partida de nuestros seres queridos. Y el mismo Jesús nos da la certeza de la salvación: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

La salvación de cada ser humano está en el plan de Dios y Él no permitirá que nadie se pierda. Él mismo ha dado el primer paso asumiendo plenamente la Pascua y animándonos a seguir sus pasos.

Quiera Dios que sea ésta una celebración que nos ayude a reconocer la fragilidad de la vida humana, que nos permita comprender esta dimensión recordando que estamos de paso, pero a la vez reconociendo la gran confianza en un Dios que nos hará transcender las situaciones humanas en realidades divinas: la vida eterna. Como nos dice San Juan, es una fiesta que nos debe movilizar a confiar plenamente en la verdad de la vida eterna, que es la promesa de Jesús para cada uno de nosotros.

Desde esta fiesta tan importante que celebramos como Iglesia, en honor a tantos santos que tal vez no conocemos, pero sí que están en la gracia de Dios, sea una oportunidad para creer profundamente en nuestro Dios y vivir plenamente su amor en esta tierra. Seguramente es el paso más certero para la vida eterna: ser personas de bien y vivir apasionadamente el poco o mucho tiempo que nos toca compartir en esta vida.

Que nuestros santos nos animen a asumir la vida con fe y esperanza y que realmente seamos fieles en esta misión de seguir el camino hacia la vida eterna, el encuentro final con Cristo y con tantos santos que nos esperan y que interceden por cada uno de nosotros.
Que siempre elevemos nuestras plegarias por los seres queridos difuntos y especialmente por aquellos por quienes nadie intercede. Que en nuestro paso por esta vida, tratemos de imitar a tantos santos que nos precedieron, para alcanzar la gracia de la vida eterna.

P. Juan Rajimon

Misionero del Verbo Divino

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