29 de marzo de 2011

Vivir la Cuaresma

Ya ha pasado tres semanas del inicio de la Cuaresma. Tal vez este momento tan especial que nos propone la Iglesia, no nos ha tocado demasiado. Si esto es así, en unas semanas más vamos a celebrar la Pascua sin haber vivido la Cuaresma. Y este riesgo es producto de tantas corridas en la que estamos inmersos. Por eso no olvidemos que este es un tiempo muy especial en el cual estamos invitados a vivir profundamente la experiencia de Dios, de un Dios que nos ama y que siempre es cercano a nosotros.

Una de las actitudes fundamentales en este tiempo es vivir más allá de los signos, los valores que están detrás de cada una de las prácticas cuaresmales. Las tres prácticas cuaresmales: ayuno, oración y limosna son pasos que nos acercan a Dios. Son prácticas que nos ayudan a conocer mejor a nuestro Dios.

El centro de la vivencia cuaresmal, no es la cruz de Jesús, sino la resurrección de Cristo que nos recuerda el profundo amor que Él tiene para con la humanidad. Por su amor inmenso vivimos la profunda experiencia de la Pascua de la Resurrección. Es un tiempo de profunda esperanza en un Dios que nos salva.

Para vivir la Pascua de la resurrección necesitamos una verdadera renovación de nuestra vida personal y comunitaria. Una renovación en cuanto a nuestra vida de oración. Porque la oración es el motor de nuestra existencia. Es la que nos mueve a vivir plenamente en medio de tantas actividades de nuestra vida cotidiana.


Por eso no dejemos de hacer un poco más de lectura de la Palabra, momentos de oración y meditación personal que tanto bien nos hace. Porque la oración destruye nuestro “yo” con sus proyectos, deseos, caprichos y apegos, para hacer nacer en nosotros o descubrir una nueva vida, más plena, la de Dios.

No descuidemos la limosna, pero desde el desprendimiento, como la viuda que dio no lo que le sobraba, sino lo que necesitaba para vivir. Un ayuno existencial de tantas cosas superfluas; estar menos apegados a nuestras cosas y más abiertos a las necesidades de los demás. Ayuno, limosna y oración están interconectados, sin embargo no siempre lo vivimos así.

Ayunar es desapego, vaciamiento, necesidad... No es sólo dejar de comer, sino es descubrir que no sólo de pan vive el hombre. Es un vaciarse de tantas cosas secundarias que llenan y ocupa nuestro ser, para dar lugar a Dios y liberarnos de nuestra propia interioridad: comida, ruido, diversión, placeres...

La limosna es darse, es abrirse al otro y a sus necesidades. Es un estar atento al hermano que necesita de nosotros. Incluye cosas materiales y dinero, pero también el tiempo, el afecto, la escucha. Tanto la limosna, como el ayuno y la oración, producen la muerte de uno mismo con Cristo y por eso son vida en Él.

El tiempo de Cuaresma hemos de vivir como un tiempo de desierto, de intimidad con Dios, para dejar morir al hombre viejo y revivir al hombre nuevo en Cristo. El hombre viejo es lo contrario al ayuno, oración y limosna. El hombre nuevo es el hombre renovado en Cristo que renace de ese proceso de muerte de uno mismo.

Ojalá que en estos días de Cuaresma que nos restan, podamos hacer un propósito para vivir al menos una de estas virtudes y prácticas cuaresmales y así poder resucitar con Cristo en el día de la Pascua. ¡Qué bueno! que podamos disponer de un poco más de tiempo para el silencio y la oración, sólo así Dios podrá ocupar un lugar primordial en nuestra vida cuaresmal.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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