5 de abril de 2011

Armonía, base de la sana convivencia

Una sana convivencia es clave para la felicidad de las personas. Sin embargo, muchas veces nos encontramos con que es el ámbito donde cometemos mayores errores por la falta de atención y cuidado de nuestras relaciones interpersonales, lo que provoca muchos desencuentros y sufrimientos en la vida. En las tantas situaciones de dirección espiritual que me toca atender, he comprobado que a menudo la mayor dificultad se presenta con las personas con quienes compartimos la vida diaria, ya que son las que reciben menos afecto y atención en nuestras prioridades, razón por la cual la convivencia en el hogar, en los lugares de trabajo, llega a ser una verdadera carga. 
Creo que es fundamental proponernos empezar con una firme decisión de dar lo mejor de nosotros para aquellos con quienes compartimos la vida. Dar lo mejor en cuanto a las  palabras que pronunciamos, en nuestra atención a sus demandas, extremando nuestro afecto para que la convivencia diaria esté cargada de alegría y nos fortalezca; lo que sin duda lo trasladaremos en nuestro accionar dentro de la sociedad. 

Muchas veces tendemos a ver los aspectos negativos que tiene la otra persona. Solemos imponer tantas exigencias en los otros, difíciles de cumplir, lo que sin duda será motivo de desagrados y discordias. Creo que la clave está en cambiar unas cuantas programaciones interiores de nuestra vida. Sencillamente priorizar y valorar a la persona por encima de las cosas que hace bien o mal. Es apostar a vivir el presente con el hermoso regalo de las personas, a quienes Dios ha puesto a nuestro lado. Implica tal vez renunciar tantas exigencias innecesarias en favor de una sana convivencia. 

Aunque la auto-disciplina y la auto-exigencia son claves para una vida ordenada y exitosa, todo exceso nos alejará de la alegría de vivir. Como el mismo Jesús muchas veces intentó advertirnos que la persona está por encima de toda ley, ojalá que podamos priorizar a las personas concretas por encima de tantos “debe ser”. Eso permitirá aportar grandes cambios en nuestra vida familiar y social, ya que podremos aceptar a las personas como regalo de Dios para cada uno de nosotros y tener la valentía de aceptar unas cuantas realidades que son propias de cada uno y de cada familia. El simple hecho de aceptar las cosas, sin juicios ni críticas, será un gran aporte para vivir con alegría. 

Los prejuicios y los supuestos nos suelen apartar de las personas evitando ver la realidad con claridad y objetividad. Creo que en la vida diaria muchas grandezas se pierden por nuestros prejuicios y preconceptos que nos planteamos acerca de las personas. Solamente será posible gozar de la grandeza de quienes nos rodean si somos capaces de mirar la novedad de Dios en cada una de las personas. El mismo Jesús fue juzgado por sus vecinos y cercanos por su apariencia. Su propia vecindad dijo: “¿No era éste el hijo del carpintero?”.

Creo que gozar de una sana convivencia es todo un arte y cada día hay que construir y afianzar las relaciones interpersonales, dejando que Dios siga moldeando a las personas y nos siga enriqueciendo para lograr un compartir armonioso. Ojalá que cada mañana la esperemos con ansiedad para ver la novedad de Dios en las personas que nos rodean, apostando lo mejor de nosotros para que la vida sea una bendición y una alegría para todos. Y para lograr que la vida sea una bendición, también es importante tener el gesto de bendecir a las personas cuando nos despedimos, especialmente los padres para con sus hijos. Conozco muchas madres que despiden a sus seres queridos con un ¡que Dios te bendiga! Qué hermosa actitud y que distinto será el día para esa persona sabiendo que va en nombre de Dios. Lindo gesto para imitar ¿No les parece? 

Que la Sagrada Familia de Nazaret guíe a todas nuestras familias y oriente nuestras relaciones interpersonales.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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