14 de junio de 2011

Valorar al otro

Muchas veces estamos tan ocupados y preocupados por lo que sentimos, lo que necesitamos, que pocas veces nos tomamos el tiempo para valorar y apreciar a las personas que nos rodean, esos regalos preciosos que Dios pone en nuestras vidas.

Los tiempos posmodernos que vivimos, nos llenan tanto de nosotros mismos que pocas veces reconocemos el valor que tienen nuestros seres queridos. Estamos próximos a celebrar el Día del Padre y, a propósito de ello, cabe mencionar que más de una vez somos conscientes de las obligaciones que asignamos a un padre, pero pocas veces consideramos sus necesidades. Muchas veces sufrimos la falta de afecto y atención de un amigo o amiga, y pocas veces nos preocupamos por descubrir lo que la otra persona precisa de nosotros. 
No se tratar de mirar todo esto con culpa, sino sencillamente quisiera que valoremos el hermoso don de la vida que Dios nos ha regalado a través de nuestros seres querido, el don más preciado que tenemos. Reconocer aquellas personas que nos acompañan muy de cerca, en nuestras soledades, sufrimientos, enfermedades y también, porque no, en nuestras pequeñas y grandes alegrías de la vida estando a nuestro lado, tal vez con una palabra e incluso desde el silencio mismo, es apreciar su presencia significativa y valiosa en el diario caminar de la vida. 

Hoy más que nunca en medio de tantos avances tecnológicos, que ofrecen sofisticados medios de comunicación, es cuando más sufrimos las enfermedades que tienen su origen en la soledad y falta de contención afectiva. Hace poco leía un artículo el que presentaba cifras alarmantes: actualmente hay 700 millones de deprimidos en el mundo y la mayoría es del mundo occidental. Muchos más de lo que había hace unas décadas. Es que la falta de reconocimiento de algún ser querido, la debilitada autoestima, una ausencia de fe profunda en un Dios que nos ama, son todas razones que van aumentando estas realidades cotidianas. 

El estrés y la soledad son dos de los principales males de nuestra sociedad moderna, pero que se pueden prevenir con el amor, la amistad y el compañerismo. El estrés es  consecuencia de las prisas, la sobrecarga emocional en el trabajo, la tensión por ser más sin saber nunca hasta dónde podemos llegar. La soledad, por su parte, evoca la ausencia del otro, la falta de comunicación con los demás. Sin duda el estrés y la soledad descomponen la personalidad, disgregan la conciencia de sí mismo, desbaratan la medición del proyecto, generan ansiedad.

Pero es importante destacar y tener muy presente que uno de los lugares esenciales donde se vive y descubre el valor del otro, es en la familia. Es la primera escuela donde se aprende a amar y crecer como persona valorada y equilibrada. Es un espacio de contención donde el individuo se llena de los sentimientos de arraigo y seguridad, elevando su autoestima y logrando ser una persona plena en la vida. Es que cada familia es un lugar de vivencia, de amor y afecto sincero, como también es un ámbito de pequeños y grandes conflictos. Es allí donde la gran virtud del diálogo sincero y la paciencia generan comprensión frente a las diferencias. 

Otro de los aspectos fundamentales que nos ayudará a valorar al otro es nuestra vida de fe y oración, que es algo intrínseco al hombre. Aunque lo religioso y estructurado pareciera fuera del horizonte de muchos, vemos más que nunca, que es la fuerza de Dios la que nos sostiene y ayuda a acercarnos al otro con empatía, sabiendo que somos todos hijos del mismo Padre. El mismo Jesús nos dice en el evangelio: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Pidamos a este Jesús que nos dé la gracia de generar espacios y situaciones que permitan formar una sociedad con individuos capaces de dar la vida unos por otros desde el amor y la entrega generosa.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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