16 de agosto de 2011

Que la vida sea una constante “oración”

 Como cristianos vivimos en un mundo tan secularizado que a menudo resistimos toda propuesta de oración y vida de fe organizada y estructurada. Muchas veces he escuchado a la gente decir “yo hablo con Dios a mi manera”; “yo creo en Dios, aunque no asisto asiduamente a la iglesia”, etc. Pero, sin duda, dentro del corazón de todo ser humano está muy presente este deseo profundo de comunicarse con Dios. Tal vez la respuesta a tantas preguntas y búsquedas, las encontraremos en la oración.    


Si uno lee los Evangelios, la fuerza y el poder del mismo Jesús y el convencimiento de lo que anuncia, emana de su comunión con el Padre, de su “vida de oración”. Fue la experiencia de los mismos discípulos. Él los invitaba a separarse de la multitud para adentrarse en la oración. La vida de oración nos lleva a comprender el inmenso amor de nuestro Dios Padre. En nuestra oración aprendemos a dialogar con el Todopoderoso. Muchas veces no damos mucha importancia para llevar adelante una vida de oración, sencillamente porque desconocemos los tantos beneficios que tiene.   

La vida de oración nos lleva a un diálogo sincero con nuestro Dios sobre nuestra humanidad y cotidianeidad; es decir, nos sentimos acompañados  por el Dios de la vida. Ésta es la clave para vivir una vida armoniosa y llena paz, muchas veces alejándonos de tantas preocupaciones, exceso de ansiedades, angustias, soledad, etc. La amistad con Dios en el diálogo íntimo de oración nos llena de seguridad, calma y equilibrio emocional. Es la puerta que nos conduce a la paz interior. 

La vida de oración nos fortalece interiormente. Nos hace fuertes frente a las adversidades y nos mantiene viva la esperanza en los momentos de desalientos y dudas. Nos da la seguridad necesaria para actuar desde un buen discernimiento ante los momentos de incertidumbres. La confianza en Dios que adquirimos en la oración, nos llena de la certeza del cuidado de un Dios providente y es la fuerza para seguir adelante.  

La vida de oración nos ayuda a conocernos cada vez mejor. Nos hace tomar conciencia de nuestras debilidades y fortalezas. Los momentos de oración son los momentos de mejor examen de conciencia que purifica nuestro carácter y relaciones interpersonales. El sólo examen de nuestra vida interior  nos ayuda a crecer psicológica y espiritualmente. Nos libera de muchos excesos de la vida y ayuda a priorizar las cosas más importantes. Sin duda, esto no se logra de un día para otro, es indispensable un largo proceso para descubrir las novedades de Dios.  

A menudo confundimos, la vida de oración con un listado de pedidos que elevamos a Dios, como si entráramos en un “supermercado” donde en las góndolas, Dios tiene todo a mano para darnos cuando se lo pedimos. Claro está que Dios, es “todopoderoso” y nos da solo aquello que necesitamos y será lo mejor, aunque a veces creemos que lo que deseamos es lo que nos conviene. Pero la oración no sólo se trata de la gran lista de pedidos, sino también nos ayuda a reconocer las grandes bendiciones que Dios derrama a diario en nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Es un permanente reconocer del inmenso amor con que nos envuelve y bendice.  

La oración transforma a la “persona humana”. Eleva nuestros pensamientos, mejora nuestras decisiones y renueva nuestro modo de ser. Quien “ora” con sinceridad y con fe, abriéndole su corazón al Señor como a su mejor amigo, embellece y perfecciona su vida como persona.  

P. Juan Rajimon, 
Misionero del Verbo Divino

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