30 de agosto de 2011

Revaloricemos la solidaridad

El domingo pasado hemos celebrado el Día Internacional de la Solidaridad y, para revalorizar y fortalecer la hermandad en estos tiempos, es bueno que podamos reflexionar sobre la necesidad imperiosa de la “colaboración” y “solidaridad” que debe caracterizar nuestra vida social y comunitaria. 

Los momentos que vivimos marcan una gran diferencia entre “ricos” y “pobres”. El verdadero crecimiento implica una colaboración más estrecha entre pueblos y naciones. Es un paso que no solamente debe implementarse desde “arriba”, sino que debe ser el espíritu que prime en todos los ámbitos de la vida. El respeto y la consideración de la dignidad y los derechos de todos debe ser la preocupación de cada ser humano. 
La solidaridad implica justicia social. Desde el valor de la solidaridad estamos invitados a promover  la justicia y la equidad social. Esto es posible si somos capaces de ver a un “hermano” en la persona que sufre y padece necesidades. Es lo que muchas veces no se refleja en nuestras oficinas, trabajos y cargos que ocupamos. Es importante reconocer que con mi actitud y servicio puede liberar o esclavizar a las personas. 

Porque ser solidarios es una gracia de Dios que hemos de nutrirla con nuestras actitudes y respuestas concretas. Es compartir parte de nuestros bienes espirituales y materiales estando cerca del hermano que necesita. En la persona de Jesús tenemos el gran ejemplo y gesto solidario de Dios. Envío a su Hijo único para que tuviéramos vida, y vida en abundancia, salvando a toda la humanidad. Y Jesucristo nos ha dado el mayor de los ejemplos: entregó su vida en la cruz, siendo solidario hasta el extremo. Por eso para el cristiano la experiencia de solidaridad tiene un profundo sentido de amor y entrega que se basa y parte de la experiencia de ser amado por Dios, gratuitamente. 

Es una experiencia que nos ayuda siempre a superar nuestra lógica de “equivalencia”: te doy y me das; te doy porque debo; te devuelvo lo que me diste, te doy porque sé que algún día voy a necesitar; te doy porque sé que me vas responder… Hay muchas maneras por las cuales regimos nuestras relaciones interpersonales, pero desde una mirada egoísta y mezquina, con el único afán de manejar y controlar. Sin embargo, la verdadera solidaridad consiste en un dar generoso, sin esperar recompensa. Es una actitud de entrega permanente y sin condicionamientos.

Solamente esta gratuidad puede llevarnos a la verdadera felicidad en la vida. Pero muchas veces ella está condicionada por nuestros intereses mezquinos y egoístas. Es una de las razones por la cual nos cuesta gozar de la entrega generosa. Es lo que empobrece nuestras relaciones interpersonales y silencia la posibilidad de gozar de la vida profundamente. Por la falta de esta “solidaridad sincera” muchas veces, aun en los círculos más íntimos de la propia familia (en la pareja, con los hijos, familiares cercanos, amistades), vivimos un profundo dolor, ante la falta de respuesta de los demás frente a nuestra entrega generosa. A menudo tendemos a desanimarnos, nos llenamos de enojos hasta cambiamos nuestra forma de ser. Solamente una actitud de solidaridad plena y un dar sin esperar recompensas nos puede enseñar a vivir la experiencia mística de la entrega generosa. Ojalá que estas actitudes sean una constante en nuestra cotidianeidad, lo que nos permitirá sentirnos personas plenas y gozosas de la vida.
 
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

No hay comentarios.:

Publicar un comentario