1 de noviembre de 2011

Caminemos hacia la santidad

En noviembre celebramos la solemnidad de Todos los Santos y junto con ellos el Día de Todos los Difuntos. Son dos celebraciones que nos invitan a reflexionar sobre el gran misterio de la vida. Como seres humanos lo que siempre nos cuesta comprender es el gran misterio de la muerte, especialmente frente a la pérdida de nuestros seres queridos que seguramente todos hemos  experimentado  en algún momento de nuestra vida. 


Aunque todos somos conscientes de que la muerte nos tocará con certeza algún día y nadie es exento de este misterio, es uno de los pasos que más nos cuesta asumir, especialmente cuando se trata de algún ser querido muy cercano como los padres, hijos o pareja. Los sentimientos de pérdidas  son tan fuertes que no resulta fácil superarlos. Muchas veces la partida de un ser querido al más allá, lleva a muchas personas al desaliento, a la desesperanza.


En mi vida de consagrado he acompañando a muchas familias y personas frente a la pérdida de algún ser querido y, en los últimos tiempos, he experimentado personalmente esta realidad y creo que la mejor manera de asumirla es desde una profunda actitud de agradecimiento y gratitud a Dios, que es el autor de la vida, por los años que nos permitió disfrutar de ese ser querido. Es que cada ser humano es un regalo y una bendición de Dios para compartir y celebrar la vida. Porque Dios nos ama, a través de las personas concretas, con nombre y apellido.
 
Por otro lado, desde la fe esta fiesta nos recuerda que como cristianos tenemos una sola vida que tiene dos partes: la vida terrenal y la vida eterna. Y para el hombre de fe la muerte es un paso de la vida terrenal a la vida eterna. Pocas veces se habla de este tema porque el hombre moderno quiere perpetuar lo terrenal, y pierde mucha energía y esfuerzo cuando no comprende este gran sentido transcendental de la vida. Es importante meditar sobre este gran misterio que nos recuerda que todos tenemos la vocación a la santidad y nuestra vida en esta tierra es un camino a la santidad y la vida celestial que nos espera. 

La certeza de esta verdad está en la misma resurrección de Cristo como nos recuerda San Pablo: “Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron” (Ref. 1 Cor 15, 15-20). Y para un cristiano, la muerte no debe ser sinónimo de pérdida, sino un paso firme a la vida eterna. Es la certeza del encuentro final con Cristo y es el culmen de la vocación de seguimiento a Cristo. Esta es la esperanza que nos debe animar frente a la partida de nuestros seres queridos.

Quiera Dios que sea ésta una celebración que nos ayude a reconocer la fragilidad de la vida humana, que nos permita comprender esta dimensión recordando que estamos de paso, pero, a la vez, reconociendo la gran confianza en un Dios que nos hará transcender las situaciones humanas en realidades divinas, la vida eterna. Como nos dice San Juan es una fiesta que nos debe movilizar a confiar plenamente en la verdad de la vida eterna que es la promesa de Jesús para cada uno de nosotros. 

Y como hombres y mujeres de fe, nuestra misión es seguir caminando hacia la santidad, cada día acercándonos un poco más hasta que demos este paso a la vida eterna. Aunque muchas veces creemos que la santidad está tan lejos de nosotros, esta experiencia no es de personas extraordinarias sino que se trata de la misión de cada uno, ser personas de bien y vivir apasionadamente el poco o mucho tiempo que debemos compartir en esta vida. Creo que es la clave de santidad que Jesús nos propone desde un amor incondicional hacia nuestros hermanos. Que nuestros santos, que fueron seres como nosotros, nos animen a asumir la vida con fe y esperanza para que realmente seamos fieles en esta misión de seguir el camino hacia la vida eterna.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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