8 de noviembre de 2011

La mejor actitud: sonreír con el corazón

Nadie desconoce que vivimos tiempos de crisis económica y social. Y por estar inmersos en esta realidad alguien comentaba que  “estamos acostumbrados a quejarnos siempre de todo aquello que no están bien, de lo que nos falta, de nuestras carencias, etc.”, lo cual nos lleva a ser incapaces de valorar las innumerables bendiciones que recibimos en nuestra vida. No podemos olvidar de que seremos capaces de alegrarnos y sonreír en la medida que miremos la bondad de Dios y la fuerza interior que Él nos regala para cambiar tantas situaciones de nuestra vida cotidiana. 

Una de las claves para caminar por la vida con “alegría” es sencillamente tener la capacidad de aprender a sonreír a pesar de las tantas adversidades que se nos presenten en nuestro diario andar. Dicho así parece algo tan sencillo, y sin embargo es un gesto que contagia al entorno con tanta esperanza y fortaleza. Las personas capaces de asumir los desafíos de la vida con una sonrisa,  son quienes sostienen a tantos otros que se desmoronan en los momentos de desalientos. 


En la vida cotidiana las personas que sonríen frente a las adversidades de la vida son seres capaces de transformar su entorno. Son personas que transmiten alegría de vivir y los demás disfrutan de su compañía porque animan y estimulan. Puede ser que la vida nos golpee continuamente, pero el compartir con personas “alegres” es siempre un remanso en el torbellino de la vida. Y cuando estas personas se apartan de nuestro lado, dejan un vacío profundo en el alma difícil de llenar. 

Pero no olvidemos que la verdadera alegría no depende de los momentos aislados de placer que podamos disfrutar, sino que consiste en un “estado del corazón” que se llena de una alegría profunda, cuyas fuentes son más hondas que las distracciones o el placer. Por eso San Pablo nos exhorta: “Alégrense en el Señor, se los repito alégrense en el Señor. Que su bondad todos la conozcan. Alégrense en el Señor. No se angustien por nada y en cualquier circunstancia vuélvanse a la oración; pídanle y denle gracias cuando hablen con Dios. Y la paz de Dios que es muy superior a todo lo que puedan pensar cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 1, 4-7). La verdadera alegría  es una experiencia espiritual, donde cada ser humano encuentra al paz y el inmenso amor de nuestro Dios. 

La verdadera alegría no es tampoco mero optimismo, es decir espera insegura de que las cosas irán mejor. Sino que es un vivir a pleno la realidad de cada día, sin perder la esperanza, aun en las peores adversidades manteniendo viva la esperanza y el afán de seguir creciendo y avanzando. Porque la verdadera alegría se transforma en entusiasmo y nos permite cumplir tantos sueños y proyectos de nuestra vida. 

Es que la verdadera alegría es una virtud tan cristiana porque procede del mismo Dios que es el autor de toda vida y plenitud. Es la virtud de vivir y obrar bien, así como nuestra fe nos enseña. Es el gozo que conduce al perfeccionamiento más allá de las falsas alegrías que producen el bienestar material del momento. La fuente de toda alegría para el Cristiano parte de la confianza plena en un Dios providente. Él es la razón de nuestra alegría y esperanza, aun en medio de los tormentos de la vida. 

La vida cristina se vuelve más plena si somos capaces de compartir esta alegría con nuestros seres queridos. Ojalá que Dios, fuente de toda alegría y esperanza, nos llene de esta actitud tan importante para nuestra vida y que la podamos cultivar en nuestra vida personal, compartiendo  con generosidad con quienes se acerquen, para que sienta ante nuestra presencia una alegría contagiosa y una compañía esperanzadora.


P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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