Estamos preparándonos para las fiestas navideñas, de fin
de año, para las vacaciones, etc. Pero como si esto fuera poco, este
tiempo marca toda una novedad porque estamos a la espera de tantos
cambios positivos, después de la asunción de las nuevas autoridades
provinciales y nacionales que nos gobernarán en los próximos años. A
menudo en medio de tantas actividades y trajines se pierde la visión de
lo esencial de este tiempo que es la espera de la venida del Señor. Y el
“adviento” trata de una preparación espiritual que supone un tiempo de
mayor oración e introspección dentro del corazón para que realmente la
alegría del nacimiento de Cristo sea una realidad en el corazón de cada
uno. Es que estamos preparándonos por la manifestación de Dios en
nuestro corazón y en el mundo.
Los
festejos navideños adquieren importancia y significancia personal
siempre que comprendamos el sentido de esta espera de la manifestación
Divina. Este tiempo de adviento nos invita a una espera no pasiva, sino
realmente activa. Son muchos los que hablan de cambios, de la
importancia de hacer cosas, proyectos, planes, etc., que quedan a menudo
sólo en palabras y discursos. El tiempo de adviento nos invita a ser
protagonistas del cambio como Juan el Bautista, comprometiéndonos con el
anuncio de la Buena Nueva. La misión de todo cristiano consiste en
comprometerse para que los cambios sucedan y que la espera sea fecunda.
Es
una espera que nos ayuda a descubrir al Dios vivo y presente en nuestra
realidad cotidiana. Cuántas situaciones sin sabiduría de Dios hay en
nuestra vida. Cuántas veces ante una dificultad ante una prueba nuestro
modo de actuar demuestra que Dios no está presente o que está lejos de
nuestra realidad. La espera del adviento es un redescubrir pleno de la
centralidad de Cristo en nuestro hoy y en la historia de la salvación.
También
la espera del adviento nos debe llevar a una búsqueda permanente de la
voluntad de Dios como nuestra Madre María. Frente a los desafíos de la
misión que nos plantea el poder decir: Hágase en mí según tu palabra,
dejando que Dios conduzca en todo momento nuestra voluntad y nuestras
acciones. Esto requiere de la fuerza de lo alto que nos viene desde una
vida de profunda fe y oración. También requiere que desde esta fe
podamos escuchar la palabra de Dios, conservar en el corazón como
nuestra Madre María y traducirla en acciones.
De
allí la importancia de saber que el Adviento no son adornos, no son
flores, no son árboles de Navidad, no son dulces, sino que una actitud
profunda de lucha, esfuerzo, entrega. Es necesario abrirnos a la novedad
de Dios con la plena confianza de que Él está de nuestra parte. Este
tiempo de espera activa es aceptar la propuesta de despertar, de
atrevernos a ser distintos porque está en juego la bondad de Dios que ha
aparecido entre nosotros (Tito 3,4) y cuenta con nosotros.
Jesús
vino en un momento y lugares concretos.
Por
eso, en este tiempo de Adviento aparece en el centro la fe y la
esperanza, invitando que sea una espera comprometida lo que implica una
mayor sensibilidad, solidaridad y cercanía con tantos hombres y mujeres
de diversas edades, pueblos, tradiciones y ambientes sociales
especialmente los que viven situaciones de sufrimiento, pobreza,
soledad, enfermedad, injusticia y violencia.
La
espera del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un
esfuerzo hecho por la comunidad entera para recuperar la conciencia de
redescubrir la presencia de Dios en la comunidad y, más aún, nos invita a
comprometernos con el Reino para que el nacimiento del Señor sea una
verdad para toda la humanidad.
Misionero del Verbo Divino
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