13 de diciembre de 2011

Despertemos, llega Cristo

Estamos preparándonos para las fiestas navideñas, de fin de año, para las vacaciones, etc. Pero como si esto fuera poco, este tiempo marca toda una novedad porque estamos a la espera de tantos cambios positivos, después de la asunción de las nuevas autoridades provinciales y nacionales que nos gobernarán en los próximos años. A menudo en medio de tantas actividades y trajines se pierde la visión de lo esencial de este tiempo que es la espera de la venida del Señor. Y el “adviento” trata de una preparación espiritual que supone un tiempo de mayor oración e introspección dentro del corazón para que realmente la alegría del nacimiento de Cristo sea una realidad en el corazón de cada uno. Es que estamos preparándonos por la manifestación de Dios en nuestro corazón y en el mundo.

Los festejos navideños adquieren importancia y significancia personal siempre que comprendamos el sentido de esta espera de la manifestación Divina. Este tiempo de adviento nos invita a una espera no pasiva, sino realmente activa. Son muchos los que hablan de cambios, de la importancia de hacer cosas, proyectos, planes, etc., que quedan a menudo sólo en palabras y discursos. El tiempo de adviento nos invita a ser protagonistas del cambio como Juan el Bautista, comprometiéndonos con el anuncio de la Buena Nueva. La misión de todo cristiano consiste en comprometerse para que los cambios sucedan y que la espera sea fecunda. 


Es una espera que nos ayuda a descubrir al Dios vivo y presente en nuestra realidad cotidiana. Cuántas situaciones sin sabiduría de Dios hay en nuestra vida. Cuántas veces ante una dificultad ante una prueba  nuestro modo de actuar demuestra que Dios no está presente o que está lejos de nuestra realidad. La espera del adviento es un redescubrir pleno de la centralidad de Cristo en nuestro hoy y en la historia de la salvación.  

También la espera del adviento nos debe llevar a una búsqueda permanente de la voluntad de Dios como nuestra Madre María. Frente a los desafíos de la misión que nos plantea el poder decir: Hágase en mí según tu palabra, dejando que Dios conduzca en todo momento nuestra voluntad y nuestras acciones. Esto requiere de la fuerza de lo alto que nos viene desde una vida de profunda fe y oración. También requiere que desde esta fe podamos escuchar la palabra de Dios, conservar en el corazón como nuestra Madre María y traducirla en acciones.

De allí la importancia de saber que el Adviento no son adornos, no son flores, no son árboles de Navidad, no son dulces, sino que una actitud profunda de lucha, esfuerzo, entrega. Es necesario abrirnos a la novedad de Dios con la plena confianza de que Él está de nuestra parte. Este tiempo de espera activa es aceptar la propuesta de despertar, de atrevernos a ser distintos porque está en juego la bondad de Dios que ha aparecido entre nosotros (Tito 3,4) y cuenta con nosotros. 

Jesús vino en un momento y lugares concretos. 

Por eso, en este tiempo de Adviento aparece en el centro la fe y la esperanza, invitando que sea una espera comprometida lo que implica una mayor sensibilidad, solidaridad y cercanía con  tantos hombres y mujeres de diversas edades, pueblos, tradiciones y ambientes sociales especialmente los que viven situaciones de sufrimiento, pobreza, soledad, enfermedad, injusticia y violencia. 

La espera del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad entera para recuperar la conciencia de redescubrir la presencia de Dios en la comunidad y, más aún, nos invita a comprometernos con el Reino para que el nacimiento del Señor sea una verdad para toda la humanidad.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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