9 de mayo de 2012

“50 años peregrinando en la fe de María”

Estamos prontos a vivir una de las manifestaciones de fe más importante y tradicionales de nuestra provincia de Misiones, la peregrinación al santuario de Fátima, que este año cumple sus “Bodas de Oro”. Es un acontecimiento que despierta caros sentimientos en la vivencia de nuestra fe como pueblo cristiano y cuya devoción se inició desde la fe sencilla de un pequeño grupo de devotos que fue creciendo y hoy es una experiencia muy profunda en nuestra ciudad.
Quisiera en esta oportunidad reflexionar sobre la fe de María, que nos invita a seguir a su hijo Jesús. En estos tiempos difíciles que vivimos, la fe de María nos enseña a creer en la providencia divina. El ejemplo de esta fe en la divina providencia se manifiesta cuando María fue a visitar a su prima Isabel, quien le dijo: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Le 1,45), Isabel felicita a María por esta fe viva en la Palabra de Dios.

El fundamento de su grandeza, su alegría y felicidad, es su fe. En este sentido, María es la Maestra de la fe. María, aun sin entender con claridad cómo se iba a realizar el Plan de Dios, lo acepta cuando se le anuncia. María, con su fe, hizo que la obra de Dios fuera una realidad.

María es feliz, es dichosa, porque ha creído y aceptado la Palabra de Dios que llegó a su corazón.
María nos enseña a seguir los pasos de Jesús. En las bodas de Cana, frente a la necesidad y carencia de esta familia que estaba de fiesta, María los anima a cumplir “lo que Él les diga”. Ante las situaciones límites no busca solamente respuestas humanas, ella los envía a cumplir la voluntad de Dios, aun en las pequeñas cosas. El milagro de Dios se hace realidad en la sencillez de la fe del pueblo.

La fe de María nos enseña a asumir los momentos difíciles de la vida, así como lo hizo ella cuando estaba a los pies de la cruz. El evangelio de San Juan nos relata: “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaban allí, dijo a la Madre: mujer, he ahí a tu hijo, luego dijo al discípulo: he ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan, 19,25-27).

María nos enseña a que entreguemos en manos de nuestro Dios Padre tantas situaciones de dolor y sufrimiento. Nos enseña a abrazar la cruz desde el silencio interior, pero con una actitud de entrega y fe generosa. A partir de ese momento en el cual María acepta la voluntad del Padre, también acepta el nuevo mandato de ser la Madre de la Iglesia, Madre de todos los cristianos.
En el dolor del Calvario, la fe de María permanece intacta, los sucesos dramáticos del momento, son extraordinarios. María, al pie de la Cruz, mantiene una gran valentía, tal vez sean los momentos más duros; sin embargo, ella se mantiene de pie ante esta dura prueba y se aferra absolutamente a su fe. Esto es, hasta el fin, ella no dudó que Jesús era Hijo de Dios.

Toda esta demostración de fe se confirma luego con la resurrección de Cristo.
Que esta nueva peregrinación al santuario de Fátima sea un camino de renovación de nuestra fe como cristianos. Ella nos enseña a confiar en Jesús para ser abundantemente bendecidos por Él. 
¡Que la Santísima Virgen María, viva en nuestros corazones, para que se acreciente nuestra fe!

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