15 de mayo de 2012

¡Con la mirada puesta en el cielo!

Los invito a predisponer nuestro corazón para que el próximo domingo celebremos la fiesta de la Ascensión del Señor. Los tiempos que vivimos no siempre nos ayudan a vivir el verdadero sentido de estas celebraciones que tienen que ver con nuestra vida de fe. Es un misterio de la fe, que da un nuevo sentido a tantas realidades cotidianas de la vida de cada cristiano. 

El destino final de la vida sigue siendo un gran misterio, con el cual nos encontramos cada vez que nos toca acompañar a un ser querido y es allí donde esta verdad nos cuestiona más todavía. El triunfo de Jesús sobre las limitaciones terrenas y la muerte nos impulsa, a todos los cristianos, a tener una actitud de “peregrino” en esta tierra -estar de paso- hasta que nos toque lo definitivo en la vida del más allá. Realidad que da un sentido nuevo a la vida, a la muerte, que es un paso más a la vida eterna. 
Pero sin duda que la espera hacia el encuentro con nuestro Dios no es una espera pasiva, sino un paso que nos invita vivir apasionadamente, llenos de la presencia del Espíritu en nuestras realidades cotidianas, con la esperanza puesta en la recompensa del cielo. Esta espera no significa que debemos esperar hasta el final para vivir la felicidad, sino que Dios nos invita a ser felices aquí en esta Tierra, en el diario vivir de cada uno, ya que es un anticipo de la felicidad plena que solamente podremos alcanzar cuando lleguemos al encuentro definitivo con Dios.

Es la esperanza que debe movilizarnos en estos tiempos difíciles. En estos momentos de crisis que vivimos, tanto a nivel social como económico, la esperanza en la fuerza de lo Alto, es lo único que nos sostiene, nos anima a seguir caminando. Solamente personas llenas fe y experiencia de Dios y que sean capaces de ser peregrinos en esta tierra, podrán transcender las victorias y las recompensas de esta tierra para una causa más noble: el bienestar y la felicidad de todos los hermanos y la plenitud de la alegría por haber cumplido la misión.

Que la Ascensión del Señor nos permita superar tantas necesidades egoístas que nos enceguecen sin permitirnos ver las necesidades del que sufre y padece. Que desde la fe podamos asumir plenamente la invitación de San Pablo, quien nos invita a que vivamos, ya como ciudadanos del cielo (Fil 3, 20), siendo plenamente ciudadanos de la tierra en medio de las dificultades, injusticias, incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios.

Seamos personas contemplativas, capaces de dialogar permanentemente con Dios a través de la oración, en las realidades cotidianas para ser personas de entrega generosa hacia nuestros hermanos. Sólo así podremos vivir la alegría de ser cristianos aun en medio de las dificultades de la vida. La Ascensión del Señor nos invita a ser personas místicas, capaces de asumir plenamente lo que hacemos a diario con la mirada puesta en el cielo.

Que el cielo no sea una recompensa final, sino una realidad cotidiana que ya se viva en cada tarea que realizamos con esperanza, confiando en la Divina Providencia y la fortaleza que viene de un Dios que nunca nos abandona y está a nuestro lado. Les aseguro que esto sólo es posible cuando ponemos toda nuestra confianza en el Dios que nos ama y cuida de nosotros.  Ojalá que nuestra vida también esté en un constante ascenso espiritual, para que, cuando el Señor nos llame, podamos gozar del banquete celestial.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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