Con un corazón dispuesto y abierto a sus inspiraciones,
los invito a prepararnos para celebrar el próximo domingo la fiesta de
Pentecostés, que nos recuerda la venida del Espíritu Santo, el que anima
y acompaña la vida de los cristianos. El Espíritu Santo es un don y una
gracia que el mismo Jesús nos prometió y nos regala.
La
venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés no fue un hecho
aislado en la vida de la Iglesia. El Paráclito la santifica
continuamente: también santifica a cada uno de nosotros permanentemente,
a través de innumerables inspiraciones y luces que recibimos en nuestro
interior. Por eso, más que nunca hemos de pedir la gracia del Espíritu
Santo para que nos regale sabiduría y un buen discernimiento en la
vida.
El Espíritu Santo es el
motor de nuestro amor. Somos capaces de amar como Dios, porque el
Espíritu Santo, que es el amor del mismo Dios, ha sido derramado en
nuestros corazones. Por eso hemos de pedir cada vez más por el don del
Espíritu Santo para que podamos amar como Jesús nos amó, con hechos
concretos de la vida, en las obras buenas de cada día, en el servicio y
la caridad.
El Espíritu Santo
nos mueve a la oración, a la lectura de la Biblia, a la contemplación de
las verdades de la fe. Él actúa aun sin nuestro conocimiento,
fortaleciéndonos interiormente en los momentos adversos de la vida. Él
nos impulsa hacia la Eucaristía y los sacramentos, nos invita a levantar
el corazón a Dios y a confiar plenamente en la Divina providencia para
emprender las buenas obras en favor de nuestros hermanos. En esta fiesta
de Pentecostés pidamos los dones del Espíritu Santo que tanto
necesitamos, no sólo como Iglesia sino también como patria, que pronto
celebrará su fiesta de libertad. Estos dones harán de cada uno de
nosotros verdaderos testigos de Cristo porque:
-
El don de la sabiduría nos ayuda a ver todas las cosas a través de
Dios. Es la capacidad especial para juzgar las cosas humanas según la
medida de Dios, a la luz de Dios.
-
El don del entendimiento nos da la capacidad de comprender los
misterios divinos en la vida. Nos ayuda a comprender los signos de Dios
en nuestra historia humana.
-
El don de la ciencia nos enseña a encontrar el verdadero valor de las
cosas que Dios nos ha regalado y a juzgar rectamente frente al uso de
estos bienes materiales que Dios nos ha dado para compartir.
-
El don del consejo nos ilumina la conciencia en las opciones que la
vida diaria nos impone, sugiriéndonos en nuestro interior lo que es
lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma.
-
El don de la piedad sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo
abre al amor y la ternura para con Dios como Padre y para con los
hermanos como hijos del mismo Padre. Es el gran sentimiento de
fraternidad que nos une en la fe.
-
El don de la fortaleza es la fuerza sobrenatural que nos sostiene para
obrar valientemente lo que Dios quiere de nosotros y sobrellevar las
adversidades y desilusiones de la vida.
-
El don del temor de Dios que lejos del miedo, nos invita a un respeto
reverencial a Dios y a las cosas divinas, para hacer que nuestra vida
sea una ofrenda agradable a Dios Padre.
Ojalá
que en este Pentecostés estemos abiertos a los dones del Espíritu Santo
para que al recibirlos seamos capaces de dar abundantes frutos y ser
personas llenas de su gracia para irradiarla en los lugares que a diario
compartimos.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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