29 de mayo de 2012

Conservar en el corazón la alegría cristiana

Fue ésta una de las invitaciones del papa Benedicto XVI a los jóvenes. Sin duda que en estos tiempos difíciles que vivimos es bueno reflexionar sobre la alegría del corazón, ante tantas situaciones cotidianas que opacan la alegría interior. Y esta realidad afecta a uno de los sectores más frágiles: la juventud.

Recibir y conservar el don de la alegría es un arte y realmente es un don espiritual que hay que fortalecerlo para que no sea pasajero. San Pablo nos anima a vivir profundamente esta alegría cuando nos dice: “Estén siempre alegres en el Señor: se lo repito, estén siempre alegres y den a todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se inquieten por nada: antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4, 4-7).
Para muchos “alegría” es sinónimo de diversión y hay quienes se agotan buscando maneras cada vez más novedosas para distraerse y divertirse: en los juegos, espectáculos, deportes, encuentros, y hasta algunos en los vicios. Obviamente cuando la diversión es sana nos distrae, renueva y nos hace bien. Pero tampoco hay que confundir la alegría con la diversión.  Porque la diversión depende de lo que sucede afuera, mientras que la alegría es el estado interior de nuestro corazón. La diversión se acaba en un determinado tiempo, mientras que la alegría perdura más allá de los momentos de diversión. Así, la verdadera alegría es una virtud que brota del interior, es fruto del sentirse amado por Dios.

La verdadera alegría interior parte de la convicción de que nuestro Dios es profundamente misericordioso y ama tanto a cada uno de nosotros que se ocupa de cada una de nuestras necesidades. Y para que podamos descubrir este amor de Dios que nos llena, hay que tener un corazón abierto, capaz de ver y descubrir las maravillas de nuestro Dios. La alegría del corazón se multiplica en la medida que seamos capaces de ver la bondad y las bendiciones de Dios en nuestra vida, lo que nos lleva a alabar a nuestro Dios por tantos dones que recibimos.

La alegría interior se multiplica cuando nos entregamos generosamente a nuestros seres queridos. Nos ayuda a sobrellevar los momentos duros y nos permite disfrutar al máximo la vida en lo sencillo y cotidiano, en las cosas simples de todos los días: el trabajo, el estudio, las tareas domésticas, etc.

Una de las fuentes de esta alegría es el encuentro, con el autor de la vida, en la comunión. Lograremos esta paz y alegría que nos propone San Pablo siempre que seamos capaces de ver la vida con los ojos de Dios, poniendo toda nuestra confianza en Él. Buscar esta alegría en el Señor es saborear el fruto de la fe y la oración que nace por una profunda amistad con nuestro Dios, que nos llena de confianza en Él.

Ojala que podamos aprender a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas, descubrirlo oculto en el corazón de los acontecimientos de cada día. Que la contemplación de un amor tan grande de nuestro Dios, nos llene de una esperanza y una alegría que nada pueda destruir. El  cristiano nunca puede estar triste  porque ha encontrado a Cristo, que ha dado la vida por él. La alegría cristiana nace del saberse amado por un Dios que se ha hecho hombre, que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y la muerte. ¡Qué hermosa noticia! Ella nos debe mantener siempre alegres en el Señor-
Padre Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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