Fue ésta una de las invitaciones del papa Benedicto XVI a
los jóvenes. Sin duda que en estos tiempos difíciles que vivimos es
bueno reflexionar sobre la alegría del corazón, ante tantas situaciones
cotidianas que opacan la alegría interior. Y esta realidad afecta a uno
de los sectores más frágiles: la juventud.
Recibir
y conservar el don de la alegría es un arte y realmente es un don
espiritual que hay que fortalecerlo para que no sea pasajero. San Pablo
nos anima a vivir profundamente esta alegría cuando nos dice: “Estén
siempre alegres en el Señor: se lo repito, estén siempre alegres y den a
todos muestras de un espíritu muy abierto. El Señor está cerca. No se
inquieten por nada: antes bien, en toda ocasión presenten sus peticiones
a Dios y junten la acción de gracias a la súplica. Y la paz de Dios,
que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y
sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4, 4-7).
Para
muchos “alegría” es sinónimo de diversión y hay quienes se agotan
buscando maneras cada vez más novedosas para distraerse y divertirse: en
los juegos, espectáculos, deportes, encuentros, y hasta algunos en los
vicios. Obviamente cuando la diversión es sana nos distrae, renueva y
nos hace bien. Pero tampoco hay que confundir la alegría con la
diversión. Porque la diversión depende de lo que sucede afuera,
mientras que la alegría es el estado interior de nuestro corazón. La
diversión se acaba en un determinado tiempo, mientras que la alegría
perdura más allá de los momentos de diversión. Así, la verdadera alegría
es una virtud que brota del interior, es fruto del sentirse amado por
Dios.
La verdadera alegría
interior parte de la convicción de que nuestro Dios es profundamente
misericordioso y ama tanto a cada uno de nosotros que se ocupa de cada
una de nuestras necesidades. Y para que podamos descubrir este amor de
Dios que nos llena, hay que tener un corazón abierto, capaz de ver y
descubrir las maravillas de nuestro Dios. La alegría del corazón se
multiplica en la medida que seamos capaces de ver la bondad y las
bendiciones de Dios en nuestra vida, lo que nos lleva a alabar a nuestro
Dios por tantos dones que recibimos.
La
alegría interior se multiplica cuando nos entregamos generosamente a
nuestros seres queridos. Nos ayuda a sobrellevar los momentos duros y
nos permite disfrutar al máximo la vida en lo sencillo y cotidiano, en
las cosas simples de todos los días: el trabajo, el estudio, las tareas
domésticas, etc.
Una de las
fuentes de esta alegría es el encuentro, con el autor de la vida, en la
comunión. Lograremos esta paz y alegría que nos propone San Pablo
siempre que seamos capaces de ver la vida con los ojos de Dios, poniendo
toda nuestra confianza en Él. Buscar esta alegría en el Señor es
saborear el fruto de la fe y la oración que nace por una profunda
amistad con nuestro Dios, que nos llena de confianza en Él.
Ojala
que podamos aprender a ver cómo actúa Dios en vuestras vidas,
descubrirlo oculto en el corazón de los acontecimientos de cada día. Que
la contemplación de un amor tan grande de nuestro Dios, nos llene de
una esperanza y una alegría que nada pueda destruir. El cristiano nunca
puede estar triste porque ha encontrado a Cristo, que ha dado la vida
por él. La alegría cristiana nace del saberse amado por un Dios que se
ha hecho hombre, que ha dado su vida por nosotros y ha vencido el mal y
la muerte. ¡Qué hermosa noticia! Ella nos debe mantener siempre alegres
en el Señor-
Padre Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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