26 de junio de 2012

La autoridad debe ser servicio


Vivimos en una sociedad en la que la autoridad está en crisis y creo oportuno reflexionar sobre este tema tan importante para nuestra vida personal y comunitaria. Toda autoridad, ya sea paterna, política, militar o religiosa, tiene la obligación de conducir a los que están sujetos a ella hacia un fin, hacia un bien. Tiene la obligación de orientar a los demás para que puedan llegar a la plenitud, a la verdad y al bien. 

La verdadera autoridad es el reconocimiento del bien que la persona posee y que merece la consideración y el respecto de los demás. En este sentido esta autoridad está signada por los valores que acompañan a la persona que ejerce la autoridad. La autoridad debe fomentar el crecimiento y la maduración de los sujetos desde la libertad. Esta autoridad ha de ser reconocida, respetada, admirada y merece obediencia. 

La palabra autoridad viene del latín “auctoritas”, que significa garantía, prestigio, influencia. En este sentido es la persona que da valor, es el maestro que enseña y tiene la función de hacer crecer a la persona. Por lo tanto, los padres son verdadera autoridad para sus hijos no en la medida en que los “mandan”, sino en la medida en que son sus autores, por haberles dado la vida y, luego, porque los ayudan a crecer física, moral y espiritualmente. 

La autoridad está en ayudar a los hijos a desarrollarse como personas, enseñándoles a hacer uso de la libertad, capacitándolos para tomar decisiones por sí mismos y mostrándoles cuáles son los valores por los que deben optar en la vida. 

Muchas veces el ejercicio de esta autoridad es todo un tema cuando hace a la formación y crecimiento de los hijos. Cuando los hijos van creciendo acompañados por sus rebeldías, muchas veces los padres se encuentran en el gran dilema de ejercer la sana autoridad para formar sus conductas. Creo que el gran desafío de la sociedad hoy es acompañar a los niños y jóvenes a crecer en el ejercicio del don de la libertad, poniendo límites con paciencia y sin actitudes autoritarias. 

La autoridad debe estar al servicio de la libertad, para apoyarla, estimularla y protegerla a lo largo de su proceso de maduración. Apoyar y estimular implica la madurez de los padres que descubren que el hijo es persona, por lo tanto distinto de los padres y que, en la medida en que ejerzan su libertad, irán tejiendo su propia realización personal. Protegerla en el proceso de maduración, significa que el hijo aún no está capacitado para caminar solo por la vida. 

Una de las claves en el ejercicio de la autoridad sana, es ser personas movidas y conducidas por el Espíritu Santo. Cuando existe esta presencia divina el ejercicio de la autoridad será una hermosa experiencia educadora, de diálogo fraterno en un clima de amor y confianza desde una escucha sincera; de estímulo permanente para que la persona pueda seguir avanzando en sus buenas acciones; vale decir que se consigue el desarrollo del otro con el estímulo positivo más que retos y castigos; con una sana corrección fraterna que ayuda a las personas a seguir creciendo pero aprendiendo de sus errores. 

Pero por encima de todo, la verdadera autoridad tiene la función de marcar ideales de vida para que las personas aprendan a mirar y soñar alto. En la vida, especialmente de los niños y jóvenes, es necesario tratar de alcanzar grandes ideales para evitar el conformismo y la mediocridad. 

Que el mismo Jesús, maestro por excelencia, ya que enseñaba con autoridad, sea el ejemplo de nuestro sano ejercicio de la autoridad en estos tiempos tan difíciles.

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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