Sin duda una gran alegría nos embarga cuando alguien nos
sorprende con la palabra “gracias”, ya sea por una llamada telefónica,
un saludo personal o por un gesto fraterno. Son actitudes y palabras que
alegran el corazón y nos animan a seguir compartiendo la vida con
generosidad. Hoy quisiera reflexionar sobre la importancia de integrar
esta palabra a nuestro diccionario de vida, más aun en estos días en que
las situaciones de ingratitud son moneda corriente en nuestra
sociedad.
La vida se torna
agradable cuando tenemos la posibilidad de compartir con personas
agradecidas, aquellas que se acuerdan de decir “gracias” a alguien que
lo ha ayudado y ha sido importante en su vida. Ciertamente es una
actitud que nos satisface y nos da fuerzas para seguir dando y
compartiendo las cosas. Vivimos en un mundo en el cual muchas cosas son
consideradas como que tuviéramos derecho a tener.
Sin
embargo en la vida, cada gesto de bondad merece ser agradecido, aunque
sea en los deberes. Los invito a este ejercicio para practicarlo en
nuestros círculos más cercanos: en la familia, con los amigos, en los
lugares de trabajo, en nuestras distracciones. Estoy seguro que no hay
nada más grato para los padres que tener hijos agradecidos y, mucho más,
trabajar en lugares donde uno se siente valorado, apreciado y
agradecido.
Pero es necesario
diferenciar la palabra gratitud que proviene de la profundidad de
nuestro corazón, del mero “gracias” formal, que prescribe la regla de
urbanidad y que decirnos unos a otros ante la más pequeña gentileza de
un gesto cortés y que se trata de un simple ejercicio de buena
educación. El ser agradecido debe ser una actitud de vida. La gratitud
es uno de los sentimientos más nobles del ser humano, que parece que nos
lleva a estimar beneficio o favor que se nos hecho o ha querido hacer, y
a corresponder a él de alguna manera.
Es
entonces cuando sentimos que el favor recibido, el don que nos ha hecho
el prójimo de su trabajo, de su tiempo, de su esfuerzo, de su compañía y
su consuelo excede lo que puede retribuir la simple cortesía, cuando la
emoción por tanto bien recibido nos anuda la garganta y somos
conscientes que no podemos expresar nuestra gratitud ni aun repitiendo
mil veces la palabra “gracias” y es allí cuando expresamos nuestra
gratitud desde lo más hondo de nuestro corazón.
Pero
al ser personas agradecidas, creo que nuestro primer deber es el de dar
gracias a Dios. Cada mañana es una nueva oportunidad para agradecer a
nuestro padre que nos llama nuevamente a la vida y nos ofrece una nueva
jornada para ser personas de bien. Qué hermoso es abrir los ojos cada
mañana agradeciendo a Dios por un nuevo día, pero también cerrar el día
agradeciéndole por las infinitas bendiciones que nos regaló y que, por
ser tantas y tan rutinarias, ni siquiera las tenemos en cuenta.
Ser
agradecido también nos invita a vivir con profunda generosidad la vida.
Nos convierte en personas llenas de bondad a pesar de tantas
situaciones adversas que enfrentamos. Como dice el Evangelio de San
Mateo “para que sean hijos de su Padre que está en los cielos; porque Él
hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e
injustos” (Mt 5, 45). Vivamos esta justicia desde un amor generoso y
agradecido. Dios nos ha regalado la vida y nuestra vida merece ser
compartida con generosidad.
Decir
“gracias”, es la mejor palabra que podemos expresar a nuestros seres
queridos, a tantas personas que dan tiempo y servicio para nuestro
bienestar. Siempre demos las gracias, sabiendo que un corazón agradecido
engrandece a la persona y alegra el corazón de tu hermano. Y nunca
olvides que esta palabra “gracias” es tan sencilla, pero que sin duda
la intención que ponemos en ella la hace “poderosa”.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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