En
estos tiempos en que nuestras familias viven inmersas en una gran
crisis, es bueno reflexionar sobre este don de la paternidad que es tan
preciado y que viene del mismo Dios. En primer lugar, en esta sociedad
moderna, donde mamá y papá trabajan y, en muchos casos, donde el padre
está ausente en las familias, creo que es fundamental recuperar la
figura paterna como imagen de autoridad y cabeza visible de cada hogar.
Cuando estas situaciones ocurren, muchas veces los hijos sufren tantas
carencias que son difíciles de recuperar.
El
gran desafío de la paternidad sigue siendo hoy la desvinculación del
hogar como lugar de afecto, amor y contención. A menudo esta contención
se vive más fuera del hogar que dentro y muchas veces lleva a la
desintegración de la misma. No hay duda que en esta contención afectiva,
efectiva y espiritual, el padre de familia juega un papel primordial.
La creciente fractura entre paternidad y maternidad es uno de los
mayores flagelos de la familia actual. En otras palabras, para todo
hijo/a es un gran dolor enfrentarse con una paternidad y una maternidad
ignotas, disociadas o confrontadas, en permanente conflicto.
Los
niños crecen y aprenden lo que viven, lo que ven, lo que se les dice, y
eso es lo que ellos demostrarán a los demás. Si el niño se siente
amado, aunque no siempre los padres estén a su lado, seguramente será
reflejo de ese amor y tendrá una sana convivencia en la sociedad. Todos
sabemos que, en este sentido, la familia es la primera escuela de
grandes aprendizajes para la vida y el afecto paterno es esencial para
el crecimiento integral de los hijos.
Seguramente
cada papá quiere un hijo triunfador, exitoso y, por encima de todo,
feliz. Creo que en este afán de acompañarlos en la alegría y la
felicidad de los hijos uno de los aspectos fundamentales es el de los
límites, que tanta falta hace a los niños y jóvenes en su proceso de
crecimiento. En la medida que cada papá sea capaz de formarlo en el auto
control y en una disciplina adecuada, de tal forma que el niño pueda
elegir los comportamientos aceptables, éste se convertirá en un adulto
responsable.
Qué bueno reconocer
la gran responsabilidad que tiene el sano ejercicio de la paternidad
que implica educar con el ejemplo de vida, porque cada hijo aprende de
lo que vivió en su propio hogar y cada papá es el constructor de la
personalidad y vida de sus hijos. En este sentido ojalá que cada
“padre” se comprometa a construir una sociedad donde se ejerza una
paternidad responsable, clara y visible. Que cada padre de familia esté
presente en la vida del hogar dando ejemplos concretos, amando y
dejándose amar, para ser una imagen de entrega generosa con la que sus
hijos puedan identificarse. Todo esto nos compromete a que realmente
rescatemos el gran valor de “ser padre” sabiendo que esto nos es una
utopía, sino que es posible una verdadera paternidad. Depende de cada
uno, pero sin olvidar de elevar nuestras oraciones para pedir al
Altísimo las gracias necesarias para ser perseverantes en este
compromiso.
A quienes han asumido esta hermosa misión de ser padres ¡felicidades! y ¡bendiciones!
El próximo domingo estamos por celebrar el Día del Padre,
oportunidad que nos invita a reflexionar sobre el don de la paternidad
en nuestra sociedad. La paternidad humana es un fiel reflejo de la
paternidad divina, que Dios ha confiado a cada papá en la crianza de los
hijos. En este sentido, cada padre de familia está llamado a ejercer la
vocación con amor y entrega.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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