El 21 de agosto celebramos el Día del Catequista, que nos
recuerda de la importancia de educar a nuestros niños y jóvenes en la
fe. Aunque sabemos que los primeros y principales catequistas y
educadores siguen siendo los mismos padres. Y los tiempos en que vivimos
nos recuerdan, más que nunca, la importancia de recuperar esta vocación
de transmitir la fe.
La experiencia de Dios es
lo que siempre nos llena y marca el rumbo de la vida, en una sociedad
cargada de problemas y dificultades. La familia es la primera comunidad
de amor, donde se vive profundamente el misterio de la entrega generosa,
del amor sincero y el perdón. Es tarea de cada padre y madre de familia
ser catequistas de los hijos, compartiendo un hogar centrado en la fe
en Dios.
Como nos dice el papa Benedicto XVI:
“La familia cristiana tiene, hoy más que nunca, una misión ineludible,
como es transmitir la fe, que implica la entrega a Jesucristo, muerto y
resucitado, y la inserción en la comunidad eclesial”. En esta misión de
ser catequistas los padres tienen la ineludible tarea de fortalecer la
fe, inculcando una vida de oración y promoviendo una vida acorde a los
valores del Evangelio.
El catecismo de la
Iglesia nos recuerda que la tarea del catequista es muy noble y tiene la
función de ayudar a conocer, celebrar, vivir y contemplar el misterio
de Cristo (no 85). En primer lugar el recordatorio de este día nos
invita a reconocer la importancia de colocar a Dios por encima de todas
las cosas y situaciones. Esta es la clave para el anuncio, transmitir la
experiencia de Dios y la fe en la persona de Cristo que cada uno
experimenta en su vida personal. Es que solamente se puede dar y
compartir lo que se tiene. Y para compartir la fe hay que vivirla
plenamente.
Nos ayudan a profundizar esta
vivencia: los momentos de oración en familia, la lectura y meditación de
la palabra, la participación de la familia en la eucaristía, el
abandonarnos en manos de Dios en los momentos difíciles como
enfermedades, fracasos, conflictos; la actitud de agradecimiento al
Altísimo en nuestros gozos, éxitos y avances. Todas estas vivencias
familiares son las claves para profundizar nuestra fe.
A
esta misión se suman los voluntarios que ayudan a formar nuestros niños
y jóvenes, son sus catequistas, una gran misión que les da la
paternidad espiritual. La primera misión de cada catequista es creer
profundamente en la persona de Cristo para poder anunciar el contenido
del misterio de la fe. Gracias a este servicio desinteresado de tantas
personas, nuestros niños aprenden a participar consciente y activamente
en la liturgia, y crecen en las actitudes internas que les ayudan a
vivir los sacramentos en su verdadera dimensión.
Ojala
que la celebración del Día del Catequista nos ayude a tomar consciencia
de la importancia de anunciar la fe en Cristo y a alentar a todos a
vivir según los valores del Evangelio, imitando al gran Maestro, para
vivir el mandamiento nuevo; amor a los padres y hermanos, perdón de
amigos y enemigos, solidaridad con el necesitado, agradecimiento de los
dones recibidos, amor y respeto a la vida y a la paz. Todo esto nos
ayuda a descubrir las responsabilidades y compromisos en la comunidad,
así como profesar públicamente la fe y dar testimonio de ella.
A todos los catequistas felicidades y que Dios bendiga esta tarea tan noble: la de seguir transmitiendo la fe en Cristo.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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