Estamos muy próximos a iniciar la primavera y entorno a
ella, celebraremos el día del estudiante. Creo es una buena oportunidad
para reflexionar sobre la formación de nuestros niños y jóvenes. Así
como toda plantita necesita una buena poda para que pueda crecer bien y
dar buenos frutos, son también esenciales “los límites”, en el
crecimiento de los niños y jóvenes, para que se formen para la vida con
una personalidad firme.
Todos hablan de la
necesidad de poner límites a los adolescentes, pero nadie quiere asumir
este rol: la tarea siempre le corresponde al otro. Los profesores dicen
de sus alumnos: “Sí en la casa no les ponen límites, ¿Qué podemos hacer
nosotros?” Los padres responden: “La escuela está en crisis, nuestro
hijo se “desata” allí. La culpa no es nuestra”- Jaime Barylko denomina a
nuestra época como “el siglo de la permisividad, un tiempo en el cual
los padres que habían experimentado exceso de autoridad, creyeron que lo
mejor que podía pasarles a sus hijos era la permisividad”.
En
la vida del estudiante los límites ayudan a formar la conducta y la
personalidad. Es la manera en que los niños y jóvenes van adquiriendo
los hábitos sanos de comportamiento para la vida. Los límites siempre
protegen, guían, orientan y ayudan a realizar sus elecciones con
responsabilidad. Una de las claves para que haya límite es que tanto los
padres en el hogar como los docentes en las escuelas, tengan la
autoridad suficiente para marcar los límites a los niños y jóvenes, para
que cumplan con las normas de la familia y la sociedad.
En
una sociedad, donde la familia ha perdido la autoridad por la misma
situación de crisis que enfrenta creo que es necesario más que nunca
acordar con los niños las normas y los límites que marquen nuestra
conducta y nuestra vida cotidiana. El tema de poner los límites se ha
vuelto algo bastante desagradable por la connotación negativa que se le
atribuye. En el fondo los límites no prohíben ni quita, sino que
simplemente forma a las personas.
Los límites
son educativos, porque hace que el niño y el joven vaya alcanzando su
madurez, acorde a la edad cronológica. Ayuda a la persona a desarrollar
la aceptación de la ley y el respeto a la autoridad legítima. Y por
encima de todo ayuda a superar la consigna del mundo de consumo que
“quiere todo y ya”. Aceptar los límites ayuda a encontrar la
satisfacción más plena de la persona.
Los
límites permiten aceptar los “no” de la vida y asumir la realidad sin
resentimientos. Por ello la educación tiene que llevar a la persona a
comprender y aceptar que no todo saldrá siempre según su deseo, que no
siempre logrará lo que se propone. Nos prepara para la tolerancia a la
frustración y lleva a la madurez de la personalidad.
Muchos
adultos confunden que poner “límites” tiene que ver con enojarse y los
niños, adolescentes y jóvenes suelen pensar que es la falta de amor
hacia su persona. Poner límites no significa enojarse, ni ejercer
violencia o agresividad, sino que implica ser firmes frente a las cosas
que no se deben hacer, y la firmeza tiene que ver con la seguridad
interna, con la autoestima. Es orientar hacia la educación de un orden y
enseñar a priorizar las cosas en la vida. Es formar a los niños y
jóvenes con amor, con firmeza para su bien.
Esta
es la tarea que hemos de asumir como sociedad: la familia y la escuela
en primer lugar para que nuestros niños y jóvenes aprendan a tomar
decisiones en su vida en el momento correcto y de manera responsable.
Que
en estos días en que la alegría invade todo nuestro entorno, porque la
primavera es algarabía, ojalá no se confunda con “libertinaje” y sea un
momento especial para reflexionar sobre la importancia de la formación
integral de nuestros niños y jóvenes.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
No hay comentarios.:
Publicar un comentario