Tiempo que interroga y llama a todos, pero en especial a
quienes pocas veces piensan en la fe. Porque a menudo se confunde la
“fe” con algunas prácticas religiosas y nos conformamos con tener una
simple identidad religiosa. La convocatoria del papa Benedicto XVI es
una oportunidad para reflexionar sobre el valor de la fe en nuestras
vidas, que hoy por hoy se ha vuelto altamente secular.
La
fe no se limita al plano racional, sino que es una profunda experiencia
indispensable para dar consistencia y un verdadero sentido
trascendental a nuestra vida. Es una experiencia que vivimos desde la
infancia y marca nuestra forma de ser como personas. Comenzamos a vivir
la fe con el simple ejercicio de creer en los padres porque sabemos que
ellos nos quieren y nos cuidan. A medida que vamos creciendo, confiamos
en los amigos, en la pareja, en las personas que nos asesoran porque
sabemos que no van a engañarnos. Sin duda, allí está presente la fe de
cada ser humano.
Pero el misterio de la fe va
más allá de un creer que se comprueba con la otra persona a diario, sino
que transciende todos los límites humanos. Confiamos en un Dios que es
el autor de la vida. Creemos en la Divina Providencia y la protección
divina que experimentamos en todo momento de la vida. Se trata de un
estilo de vida o manera de ser y pensar, de amar y trabajar, de servir y
compartir no solamente con el que me necesita, sino por la misión que
Dios me ha encomendado y confiando. Este sustento que damos a nuestra
vida cambia rotundamente la razón de ser de nuestro existir. Nos anima y
sostiene permanentemente, tanto en las adversidades como en los
momentos de prosperidad y bienestar que son bendiciones de Dios.
La
verdadera fe cristiana no es creer en ideas o doctrinas, sino aceptar y
seguir a Cristo, que implica poner nuestra confianza en Él y
sostenernos de la fe en Cristo sabiendo que la fidelidad de Dios, va más
allá de la certeza humana. La fe encierra convicción, decisión y
juicio, sabiendo que todo es posible para quien tiene fe, porque la fe
mueve montaña, por tanto exige fidelidad y confianza en el mensaje.
La
fe implica un seguimiento, sabiendo que Él es autor de la vida y nos
puede llenar de bendiciones. En la Carta a los Hebreos podemos comprobar
que la fe es la mirada confiada y esperanzadora hacia la plenitud de
los bienes futuros y el convencimiento de la existencia de las
realidades invisibles; de ahí que esa carta define la fe como “la
garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven”
(Heb 11,1ss).
Teológicamente hablando en la fe
se dan tres momentos importantes: La fe es obra del Espíritu Santo (es
un don o regalo). Es una respuesta del hombre al llamado de Dios
(compromiso). La fe es una virtud teologal que nos conduce al Padre (es
sobrenatural). De ahí los tres momentos: oír, entender y aceptar. La fe
es obediencia y decisión. Es un acto libre y a la vez humilde, que
compromete todo nuestro ser y todo nuestro hacer.
Que
este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, pues
sólo en Él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un
amor auténtico y duradero. Que nos ayude contemplar la vida con los ojos
de la fe. Como nos dice el Concilio Vaticano II que podamos descubrir a
Dios en los acontecimientos, en los pobres, en la historia, en nuestros
éxitos y fracasos, salud y enfermedad; porque Dios nos habla de
muchísimas maneras. Que la fe sea compañera de vida, compromiso a
convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el
mundo.
Ojalá que este “Año de la Fe” no pase
inadvertido y nos dejemos iluminar por la luz del Espíritu para crecer
cada día más en las cosas de Dios y poder pasar de una fe de niño a una
de adulto.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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