23 de octubre de 2012

¡Año de la fe!

Tiempo que interroga y llama a todos, pero en especial a quienes pocas veces piensan en la fe. Porque a menudo se confunde la “fe” con algunas prácticas religiosas y nos conformamos con tener una simple identidad religiosa. La convocatoria del papa Benedicto XVI es una oportunidad para reflexionar sobre el valor de la fe en nuestras vidas, que hoy por hoy se ha vuelto altamente secular.

La fe no se limita al plano racional, sino que es una profunda experiencia indispensable para dar consistencia y un verdadero sentido trascendental a nuestra vida. Es una experiencia que vivimos desde la infancia y marca nuestra forma de ser como personas. Comenzamos a vivir la fe con el simple ejercicio de creer en los padres porque sabemos que ellos nos quieren y nos cuidan. A medida que vamos creciendo, confiamos en los amigos, en la pareja, en las personas que nos asesoran porque sabemos que no van a engañarnos. Sin duda, allí está presente la fe de cada ser humano. 

Pero el misterio de la fe va más allá de un creer que se comprueba con la otra persona a diario, sino que transciende todos los límites humanos. Confiamos en un Dios que es el autor de la vida. Creemos en la Divina Providencia y la protección divina que experimentamos en todo momento de la vida. Se trata de un estilo de vida o manera de ser y  pensar, de amar y trabajar, de servir y compartir no solamente con el que me necesita, sino por la misión que Dios me ha encomendado y confiando.  Este sustento que damos a nuestra vida cambia rotundamente la razón de ser de nuestro existir. Nos anima y sostiene permanentemente, tanto en las adversidades como en los momentos de prosperidad y bienestar que son bendiciones de Dios. 

La verdadera fe cristiana no es creer en ideas o doctrinas, sino aceptar y seguir a Cristo, que implica poner nuestra confianza en Él y sostenernos de la fe en Cristo sabiendo que la fidelidad de Dios, va más allá de la certeza humana. La fe encierra convicción, decisión y juicio, sabiendo que todo es posible para quien tiene fe, porque la fe mueve montaña, por tanto exige fidelidad y confianza en el mensaje. 

La fe implica un seguimiento, sabiendo que Él es autor de la vida y nos puede llenar de bendiciones. En la Carta a los Hebreos podemos comprobar que la fe es la mirada confiada y esperanzadora hacia la plenitud de los bienes futuros y el convencimiento de la existencia de las realidades invisibles; de ahí que esa carta define la fe como “la garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Heb 11,1ss).

Teológicamente hablando en la fe se dan tres momentos importantes: La fe es obra del Espíritu Santo (es un don o regalo). Es una respuesta del hombre al llamado de Dios (compromiso). La fe es una virtud teologal que nos conduce al Padre (es sobrenatural). De ahí los tres momentos: oír, entender y aceptar. La fe es obediencia y decisión. Es un acto libre y a la vez humilde, que compromete todo nuestro ser y todo nuestro hacer.

Que este Año de la Fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, pues sólo en Él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Que nos ayude contemplar la vida con los ojos de la fe. Como nos dice el Concilio Vaticano II que podamos descubrir a Dios en los acontecimientos, en los pobres, en la historia, en nuestros éxitos y fracasos, salud y enfermedad; porque Dios nos habla de muchísimas maneras. Que la fe sea compañera de vida, compromiso a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

Ojalá que este “Año de la Fe” no pase inadvertido y nos dejemos iluminar por la luz del Espíritu para crecer cada día más en las cosas de Dios y poder pasar de una fe de niño a una de adulto.
 


P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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