Como sociedad misionera hemos vivido el XXVI Encuentro
Nacional de las Mujeres, oportunidad que nos invita a reflexionar sobre
el rol de la mujer en la sociedad actual. Mucho se ha dicho sobre este
tema. Hay quienes interpretan los nuevos roles de la mujer en la
sociedad actual como un retroceso debido a las variaciones que estos
producen en las relaciones familiares y como afectan estas
modificaciones a los hijos. Por otra parte, hay quienes lo ven como una
evolución en la vida y desarrollo personal de las mujeres. Sin pretender
detenerme en lo acertado o no de las opiniones, lo que les propongo es
intentar una mirada que vaya más allá de las polarizaciones cotidianas,
propongo que el esfuerzo no lo pongamos en determinar quien tiene razón
sino en lograr una sociedad más solidaria con lo que tenemos.
Y
propongo una sociedad más solidaria en el sentido de dejar de ver las
diferencias como una superioridad o inferioridad de condiciones sobre el
otro para permitirnos apreciar la riqueza de la diversidad, para poder
entender el punto de vista diferente de un “otro” legítimo que nos
enriquece.
Desde hace miles de años se imponen
modelos sociales de dominación, donde controla quien tiene más poder y
esta lucha por el poder y el control y la percepción de tales como
limitados, provoca la competencia y el afán de imponernos unos sobre
otros, del “sálvese quien pueda”, del querer tener razón a cualquier
precio y por cualquier medio, así sea la violencia.
Es
así que más allá de quien tiene la razón quiero detenerme en la
naturaleza humana creación de Dios. Si bien la competencia, el odio, la
confrontación, la imposición de unos sobre otros conviven en nuestra
cotidianidad, no son inherentes a la creación de Dios y como cristianos
debemos tenerlo presente para que no se nos haga carne por el solo hecho
de estar presentes en la rutina. Estas emociones aparecen cuando
elegimos paradigmas sociales competitivos que solo arrojan como
consecuencia una sociedad dividida y herida. El gran desafío es poder
transitar hacia un modelo colaborativo y solidario, tengamos presente la
interdependencia que nos une, nos necesitamos unos a otros, pasemos de
la competencia a la cooperación, del afán de dominación a la armonía,
esto podremos lograrlo con amor, teniendo a Dios como eje de nuestras
vidas.
Por ello más allá de hombre-mujer;
derecha-izquierda, patriarcado-matriarcado, capitalismo-comunismo,
enfoquémonos en vivir la complementariedad desde el amor y respeto
mutuos, que nuestro objetivo sea formar comunidad y para ello debemos
comenzar formando familias, donde esta vocación se plenifica en el amor.
Esta vivencia del respeto e igualdad se va transmitiendo desde la
familia hacia la sociedad y desde allí transmitir cultura y valores.
Más
de una vez en la Biblia vemos el protagonismo de la mujer, que
estuvieron cerca de Jesús, quien libre de todo condicionamiento, tenía
discípulas mujeres que lo seguían y compartían con él el anuncio del
Reino (Lc. 8-13). Que la comunidad de fe que estuvo cerca de Jesús, sea
un gran ejemplo para nosotros.
Y es aquí donde
retomo el importantísimo rol de la mujer con el protagonismo que le
requieren los procesos educativos, formativos, familiares, personales e
íntimos; la mujer une, enlaza, enseña a abrazar y a amar, que nada les
quite este lugar maravilloso donde muchas veces predomina el sentir al
pensar gracias a esa intuición femenina, que todas puedan valorar y
agradecer a Dios la gran responsabilidad de ser mujer y ejercerla con
libertad y alegría, teniendo a Dios como ejes de sus vidas.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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