20 de noviembre de 2012

Experimentar la profundidad del corazón

 Estamos acercándonos a un nuevo fin de año, un tiempo en el que planificamos todas nuestras reuniones sociales, cierres de trabajos, actos, recepciones, definimos el lugar de las vacaciones… Son tantas las cosas que van a ocupar nuestra mente en los próximos días. 

Y en este caminar ajetreado tenemos la tentación de ser y vivir la superficialidad que muchas veces nos aleja del verdadero sentido de todos los festejos. Creo que es un tiempo para vivir profundamente los acontecimientos de la vida, significando cada momento y realidad que compartimos, sabiendo que cada finalización de un año significa cerrar una etapa de la vida dándonos la posibilidad de comenzar con otra. Y todo esto merece ser vivido a pleno con un profundo agradecimiento al Dios de la vida. 

Cuando organizamos nuestra agenda de fin de año, tengamos presente  que lo más importante no son los aplausos que recibimos, los éxitos ni la apariencia, sino lo que llevamos adentro. Obviamente la belleza interior si es verdadera, se manifiesta, se comunica, se transmite y se expresa en gestos, palabras y actitudes que despiertan alegría y gozo. Cuando este es el espíritu que reina detrás de tantas celebraciones de cierre del año, la agenda cargada de actividades en lugar de agotarnos nos llena, nos plenifica, nos permite gustar aquello que hacemos, no resulta una carga.

Pero para que este cierre del año adquiera un sentido trascendente debe ser una verdadera experiencia espiritual, que nos permita agradecer al Dios de la vida por tantas bendiciones recibidas. Muchas veces podemos vivir una fe muy superficial y colocar tantas excusas para sostener nuestra superficialidad diciendo que somos todos buenos por dentro, no tenemos mucho que cambiar en la vida y nuestra falta de generosidad hacia los demás es una mala percepción.

Creo que es un momento especial para dar una mirada interior y lograr ser personas capaces de amar profundamente la vida y tratar con generosidad a  los demás. No solo por satisfacer nuestros intereses personales, sino como opción individual buscando encontrar el verdadero sentido de la vida en las palabras de Jesús que nos dice: “Ámense unos a los otros como yo los he amado”. Es el parámetro para evaluar un año que finaliza, el amor que se ha puesto en las cosas y las personas durante el año, que merece ser celebrado con alegría y gozo. 

Que en la apretada agenda de las próximas semanas ojala dispongamos de un tiempo para cultivar una verdadera vida interior que es el motor de tantas cosas que hacemos cada día. Pronto comenzaremos el adviento, que es un momento especial para vivir una verdadera experiencia de Dios que tanta falta nos hace. Que la profundidad de la vivencia de estos días nos ayude a generar verdaderos cambios en nuestra forma de vivir significando cada momento de la vida, en una manera nueva de tratar a los demás, de servir, de dialogar y de dar con un corazón lleno de amor. Que sean los próximos días verdaderas experiencias que nos lleven a compartir con amor y generosidad. 


P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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