Estamos acercándonos a un nuevo fin de año, un tiempo en el
que planificamos todas nuestras reuniones sociales, cierres de
trabajos, actos, recepciones, definimos el lugar de las vacaciones… Son
tantas las cosas que van a ocupar nuestra mente en los próximos días.
Y
en este caminar ajetreado tenemos la tentación de ser y vivir la
superficialidad que muchas veces nos aleja del verdadero sentido de
todos los festejos. Creo que es un tiempo para vivir profundamente los
acontecimientos de la vida, significando cada momento y realidad que
compartimos, sabiendo que cada finalización de un año significa cerrar
una etapa de la vida dándonos la posibilidad de comenzar con otra. Y
todo esto merece ser vivido a pleno con un profundo agradecimiento al
Dios de la vida.
Cuando organizamos nuestra
agenda de fin de año, tengamos presente que lo más importante no son
los aplausos que recibimos, los éxitos ni la apariencia, sino lo que
llevamos adentro. Obviamente la belleza interior si es verdadera, se
manifiesta, se comunica, se transmite y se expresa en gestos, palabras y
actitudes que despiertan alegría y gozo. Cuando este es el espíritu que
reina detrás de tantas celebraciones de cierre del año, la agenda
cargada de actividades en lugar de agotarnos nos llena, nos plenifica,
nos permite gustar aquello que hacemos, no resulta una carga.
Pero
para que este cierre del año adquiera un sentido trascendente debe ser
una verdadera experiencia espiritual, que nos permita agradecer al
Dios de la vida por tantas bendiciones recibidas. Muchas veces podemos
vivir una fe muy superficial y colocar tantas excusas para sostener
nuestra superficialidad diciendo que somos todos buenos por dentro, no
tenemos mucho que cambiar en la vida y nuestra falta de generosidad
hacia los demás es una mala percepción.
Creo
que es un momento especial para dar una mirada interior y lograr ser
personas capaces de amar profundamente la vida y tratar con generosidad a
los demás. No solo por satisfacer nuestros intereses personales, sino
como opción individual buscando encontrar el verdadero sentido de la
vida en las palabras de Jesús que nos dice: “Ámense unos a los otros
como yo los he amado”. Es el parámetro para evaluar un año que finaliza,
el amor que se ha puesto en las cosas y las personas durante el año,
que merece ser celebrado con alegría y gozo.
Que
en la apretada agenda de las próximas semanas ojala dispongamos de un
tiempo para cultivar una verdadera vida interior que es el motor de
tantas cosas que hacemos cada día. Pronto comenzaremos el adviento, que
es un momento especial para vivir una verdadera experiencia de Dios que
tanta falta nos hace. Que la profundidad de la vivencia de estos días
nos ayude a generar verdaderos cambios en nuestra forma de vivir
significando cada momento de la vida, en una manera nueva de tratar a
los demás, de servir, de dialogar y de dar con un corazón lleno de amor.
Que sean los próximos días verdaderas experiencias que nos lleven a
compartir con amor y generosidad.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
No hay comentarios.:
Publicar un comentario