Desde la convocatoria del papa Benedicto XVI estamos
transitando ya el Año de la Fe. Un año para reflexionar sobre la
importancia de la fe en nuestras vidas. Creo que en un mundo secular
donde lo inmediato y lo urgente ocupa gran parte de nuestro tiempo es
bueno detenernos para reflexionar sobre nuestra experiencia de Dios. La
fe no impulsa a no quedarnos en un plano mágico, creyendo que el pedir a
Dios es suficiente para que los problemas y sufrimientos se terminen.
La fe es un don, una gracia que Dios nos regala una experiencia personal
de encuentro con Cristo que nos da un nuevo horizonte en la vida, una
mirada distinta a los acontecimientos de cada día. Y como comunidad de
fe se trata de vivir la alegría de ser cristianos y testimoniar esta fe a
los demás.
Quisiera reflexionar algunos de
los objetivos que el papa Benedicto XVI ha puesto para vivir este año y
que realmente sea una posibilidad que nos permita profundizar nuestra fe
en Dios. En primer lugar es una oportunidad para redescubrir y
revitalizar la fe, ya que ella es una realidad viva y dinámica, un don
que hay que acoger, cultivar y dejar crecer cada día. Es un camino de
vida que hemos de asumir. Como nos dice el mismo Papa, la fe “es un don
que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar”.
Esta
propuesta del Santo Padre es también una invitación hacia una profunda
conversión de la vida reordenando nuestras prioridades y permitiendo que
Dios sea el centro de nuestra vida e iniciar un camino de santidad, no
como una realidad lejana sino como vocación y llamado de cada cristiano.
Se trata de vivir los valores del Evangelio que estoy seguro que es lo
que necesitamos para superar tantas situaciones de crisis social y
económica que aparecen en nuestros tiempos.
Es
una oportunidad para volver a Dios a través de la oración y espacios de
reflexión que tanta falta nos hace. La oración y la contemplación son
caminos esenciales para descubrir la presencia viva de Dios en nuestro
presente. Creo que la mayor carencia de nuestro tiempo es la falta de
estos espacios en la vida cotidiana, una esencia para encontrar el
verdadero sentido a tantas cosas que hacemos a diario. Esta consciencia
permanente de la presencia de Dios será el mayor impulso para vivir la
alegría interior en medio de tantas situaciones desalentadoras que nos
rodean.
La fe no es un asunto personal y
privado, sino que es una experiencia comunitaria que hemos de celebrar
con alegría y gozo. Frente a tantas concepciones individualistas de la
fe, estamos llamados a vivir la fe en la comunión con todos nuestros
hermanos que creen en Cristo. Y la mejor manera de agradecer a nuestro
Dios por este don gratuito es a través de las celebraciones
eucarísticas. Ojala que podamos valorar la presencia viva de Cristo en
la Eucaristía y que sea la fuente de nuestra fortaleza espiritual.
Fe
y caridad van de la mano. Las obras de caridad serán, en definitiva,
las que manifiesten la autenticidad y vitalidad de nuestra fe, pues “la
fe sin obras está muerta” (Sant. 2, 17). Que en este año de la fe ojalá
abunde obras de amor y caridad en nuestra vida personal y comunitaria. Y
que todos los bautizados seamos mensajeros de esta buena nueva que da
sentido a nuestras vidas. Que la fe en Cristo sea la verdadera fuente
de nuestra alegría y gozo y ojalá demos testimonio de esta fe con mucho
convencimiento y seamos motivos de esperanza para quienes perciben que
la presencia del Reino de Dios no está a la vista y su fe entra en
crisis.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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