Adviento es un tiempo de
esperanza. Y creo que además es un momento especial para fortalecer el
don de la esperanza. Si profundizamos la Palabra de Dios en estos
tiempos podremos darnos cuenta de que el pueblo de Israel es un gran
maestro de la esperanza, un pueblo sufrido que esperaba orante la venida
de un Mesías, con una confianza incondicional que nos le permitía bajar
los brazos. Y esta actitud es importante adoptar en estos tiempos
difíciles que vivimos y reflexionar sobre la virtud de la esperanza.
El
tiempo de adviento nos invita a fortalecer nuestra esperanza en un Dios
que cumple las promesas pero en su tiempo. Hay muchas personas que
sufren y experimentan una vida desdichada porque han perdido la
esperanza. A menudo ante un deseo, un sueño o plan no alcanzado hay
quienes se desaniman, otras veces frente a una enfermedad o un fracaso.
El pueblo de Israel que esperó siglos la venida del Mesías nos invita a
confiar plenamente en un Dios que cumple sus promesas en este tiempo de
adviento.
Una de las claves para
vivir la esperanza es una vida de oración. Solamente en la oración
podemos descubrir a un Dios que es amor y que nos sostiene en momentos
de adversidades y desaliento. En este sentido el tiempo de adviento es
un tiempo para fortalecer nuestra vida de oración, tanto personal como
comunitaria.
Es un tiempo para
vivir profundamente la presencia de un Dios que es amor y se encarno
entre nosotros. Adviento es un tiempo para vivir a la plenitud el amor
de Dios en nuestra vida como familia y como sociedad. En estos tiempos
que prima el egoísmo y cada uno se preocupa por lo “mio”, el Adviento
nos invita a vivir la generosidad y la apertura hacia el “otro”. En este
sentido nuestra celebración Navideña cobrará un verdadero sentido si
abrimos nuestros corazones hacia un verdadero encuentro con el hermano
en el amor y la caridad.
El
adviento se hace fecundo si intensificamos las actitudes fundamentales
de la vida cristiana en estos tiempos: la espera atenta, la vigilancia,
la fidelidad en el trabajo, la sensibilidad para descubrir y discernir
los signos de los tiempos, como manifestaciones del Dios Salvador que
está viniendo con gloria. Es un tiempo en el que debemos preocuparnos
por descubrir y desear eficazmente las promesas mesiánicas: la paz, la
justicia, la relación fraternal, el nacimiento de un mundo nuevo desde
la raíz.
Para ello es necesario
hacer un camino en nuestra vida personal, familiar, laboral y reconocer
que, antes que nosotros mismos, Él espera. ¿Señor qué esperas de mi
vida, de mi familia, como quieres que espere en ti? En este sentido es
un tiempo para vivir profundamente la fe y mirar los acontecimientos de
la vida desde la misma fe.
El
adviento que Dios quiere que vivamos es un tiempo que se caracterice por
una actitud profunda de lucha, esfuerzo, entrega. Es un momento
oportuno para generar un verdadero cambio en nuestra vida: con actitudes
que nos acerquen a Dios en la oración y al hermano en el amor y la
caridad. En este sentido este tiempo de espera activa es aceptar la
propuesta de despertar, de atrevernos a ser distintos porque está en
juego la bondad de Dios que ha aparecido entre nosotros (Tito 3,4) y
cuenta con nosotros porque no esperamos que llegue lo que tiene que
llegar, sino que le abrimos paso en nuestra vida, preparando nuestro
corazón para que Él pueda nacer allí.
Jesús
vino en un momento y lugar concreto… por eso, en este tiempo de
Adviento aparece en el centro la fe y la esperanza, de que en medio de
la realidad difícil, cruenta, abrumada y abatida por diversas
situaciones del mal, se hace presente la liberación de Dios para los
seres humanos como fuente de sentido y finalidad de toda la existencia
humana y aun de la creación.
Que
la vivencia plena de nuestro adviento nos ayude a convertir nuestras
esperanzas en realidades y nos permita preparar el pesebre de nuestro
corazón para que la Navidad no pase desapercibida sino como una
oportunidad propicia para descubrir que el Niño de Belén es la alegría,
la paz y la esperanza que todos anhelan en su corazón. No dejemos que
las propuestas de este mundo nos quiten el verdadero sentido de la
Navidad para que al contemplar al recién nacido experimentemos una
verdadera conversión que nos lleve a caminar en santidad como el Niño
Jesús. No dejes pasar esta hermosa oportunidad, vale la pena vivirla en
plenitud.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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