Pronto estamos por celebrar la
gran fiesta navideña. Quedan muy pocos días y estamos todos
preparándonos para reverenciar este gran suceso. La fiesta de Navidad
tradicionalmente ha sido todo un acontecimiento espiritual y el Adviento
un tiempo de espera, en la fe y en el amor para preparar el corazón y
recibir la buena noticia de la venida del Señor. Por supuesto que este
episodio siempre está acompañado por una buena mesa familiar.
Sin
embargo, en la actualidad esta fiesta tan espiritual se ha convertido
para muchos en un acontecimiento social que insume muchos gastos por los
regalos, las fiestas, visitas especiales, etc. Muchos de nosotros somos
víctimas de una modalidad instalada por la sociedad de consumo, de la
que no sabemos cómo escapar.
Creo
que si miráramos nuestras costumbres de los últimos años, nos daremos
cuenta de que transformamos el cumpleaños de Jesús en un festejo muy
secular. Hay una escasa espera en lo espiritual. Son pocas las personas
que regalan en este tiempo de adviento sus oraciones para los hijos,
familiares y amigos, lo que vale más que todos los regalos costosos; o
tal vez una visita serena a un familiar enfermo, padres o abuelos
mayores; lo que es mucho más valioso que un regalo material para estas
personas. Tendemos a reemplazar estos momentos de cercanía y participar
de fiestas donde falta la paz y la armonía, pero sí sobreabundan los
regalos para complacernos unos a otros y que, sin embargo, nos endeudan
hasta llevarnos a la desesperación.
Los
invito a que este año, de manera muy especial, volvamos a la esencia de
nuestros festejos, especialmente en un año de bastante inflación y
fuerte crisis económica.
Que en
estos tiempos, cuando el dinero no alcanza para nadie, ojalá podamos
centrarnos en el verdadero sentido de la Navidad, prepararnos para la
venida del Señor, motivo de alegría y felicidad para toda la humanidad.
Hay tantas cosas que son gratuitas y que podrían hacer que nuestros
festejos sean ricos en contenido: los encuentros con los familiares,
momentos de oración y lectura de la Palabra en el hogar, mayor diálogo
entre los miembros de la familia, espacios para dar pasos concretos
donde se pueda fortalecer nuestras relaciones interpersonales; lo que
nos ayudaría a que realmente la paz y el amor del niño de Belén se
derrame abundantemente en nuestros corazones.
Además
creo que justamente el nacimiento del Salvador en un establo tan
sencillo, en medio de los humildes pastores, es un ejemplo para imitar
en nuestras celebraciones navideñas. La esencia de nuestros festejos no
debe radicar en los regalos costosos que tengamos alrededor del árbol
navideño, ni tampoco que haya abundancia en nuestra mesa navideña, sino
que lo fundamental e importante es que la familia esté unida y Jesús sea
el centro de nuestros hogares. Que el mejor regalo sea la alegría que
se comparte en la grandeza del corazón de cada hogar.
Que
esta Navidad sea realmente un acontecimiento único y que estos días que
nos quedan sean de una preparación espiritual sincera. Que el verdadero
festejo sea la comunión de nuestros hogares con Jesús. Hagamos que
nuestros encuentros familiares se vuelvan realmente significativos y
llenos de esperanza. Y pidamos al niño de Belén que nos regale mucha
alegría y paz, porque sabemos que nada de esto podremos comprar en
ninguna casa de regalos. Que este adviento nos permita acercarnos cada
vez más a este gran acontecimiento espiritual del nacimiento de nuestro
Salvador.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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