19 de febrero de 2013

Aceptar nuestras limitaciones

Seguramente estamos todavía sorprendidos por la noticia de la renuncia del papa Benedicto XVI, que hizo historia al reconocer que sus fuerzas físicas no alcanzan para desempeñar la tarea y la misión que implica el cargo. En estos días, he escuchado tantas interpretaciones del porqué de este gesto que para mí habla de una grandeza y abandono en la Divina Providencia. Quisiera que sea motivo de reflexión para el mundo entero, especialmente cuando muchos de los que ocupan puestos y cargos de poder intentan perpetuarse en los mismos.
 
El hecho de presentar una renuncia libremente implica mucha humildad y una profunda reflexión capaz de superar el orgullo personal y el egoísmo. En primer lugar creo que lo esencial para ocupar todo puesto de autoridad es reconocer las propias limitaciones como seres humanos, cosa que nuestra sociedad moderna nos enseña a esconder con la idea de la imagen que uno siempre debe tener. Sin duda este gesto nos habla de una verdadera transparencia y reconocimiento de la propia realidad. Solamente puede gobernar aquel que es capaz de auto-gobernarse, reconociendo las propias limitaciones.
 
Todo cargo público es un servicio a la sociedad que se debe cumplir con fidelidad y dedicación. Como nos recuerda el mismo Papa, los cargos de la vida pública son servicios que necesitan la lucidez y la fuerza para ejercerlo con responsabilidad. 
 
Son muchos los ejemplos en nuestra sociedad, en las cuales las personas pretenden perpetuarse en los cargos de poder, perdiendo la visión de un servicio eficiente a la comunidad. Todo esto nos invita a una actitud de desprendimiento y nos recuerda que como seres humanos estamos de paso.
 
Frente a los servicios públicos es fundamental dar pasos a futuras generaciones en su debido momento para que las generaciones jóvenes ocupen los puestos que implican una mayor asociación con la realidad y las exigencias del tiempo moderno. 
 
Lo manifiesta el mismo Papa en su discurso de renuncia: “El mundo de hoy está sujeto a rápidas transformaciones y es sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, por ello y para gobernar la barca de San Pedro es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”. Ojalá que sea un ejemplo para los gobiernos de nuestra sociedad, donde a pesar de la enfermedad y las imposibilidades se mantienen aferrados en los puestos de poder. 
 
Dar pasos en la vida es un acto de fe y confianza. Solamente aquella persona capaz de confiar en la Divina Providencia puede dar pasos en la vida, dejando que otros ocupen los puestos y cargos que oportunamente me fuera confiado. Es la confianza en que Dios va a ocuparse de encontrar a la persona más adecuada para el mayor bien de la humanidad y, por otro lado, siempre habrá personas que pueden hacer las cosas de manera distinta y los cambios nos ayudan al crecimiento. 
 
Es un acto de confianza que hemos de ejercer en la vida privada y en la pública. Implica la confianza en la capacidad de la otra persona -propios hijos, colaboradores, compañeros más jóvenes- que serán capaces de llevar adelante la tarea.
 
Por encima de actos transcendentes como estos implica una profunda vida de oración y reflexión que debe ser el motor de toda persona que ocupa puestos públicos, para que sea un verdadero servicio. Y toda decisión debe partir de una seria y consciente reflexión y para el bien de la comunidad y no para el simple provecho de la persona misma. 
 
Que el ejemplo del papa Benedicto nos anime a dar pasos firmes en la vida, frente a tanta lucha por poder que vivimos en nuestro mundo moderno.
 
Padre Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
 

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