Seguramente estamos todavía
sorprendidos por la noticia de la renuncia del papa Benedicto XVI, que
hizo historia al reconocer que sus fuerzas físicas no alcanzan para
desempeñar la tarea y la misión que implica el cargo. En estos días, he
escuchado tantas interpretaciones del porqué de este gesto que para mí
habla de una grandeza y abandono en la Divina Providencia. Quisiera que
sea motivo de reflexión para el mundo entero, especialmente cuando
muchos de los que ocupan puestos y cargos de poder intentan perpetuarse
en los mismos.
El hecho de
presentar una renuncia libremente implica mucha humildad y una profunda
reflexión capaz de superar el orgullo personal y el egoísmo. En primer
lugar creo que lo esencial para ocupar todo puesto de autoridad es
reconocer las propias limitaciones como seres humanos, cosa que nuestra
sociedad moderna nos enseña a esconder con la idea de la imagen que uno
siempre debe tener. Sin duda este gesto nos habla de una verdadera
transparencia y reconocimiento de la propia realidad. Solamente puede
gobernar aquel que es capaz de auto-gobernarse, reconociendo las propias
limitaciones.
Todo cargo público
es un servicio a la sociedad que se debe cumplir con fidelidad y
dedicación. Como nos recuerda el mismo Papa, los cargos de la vida
pública son servicios que necesitan la lucidez y la fuerza para
ejercerlo con responsabilidad.
Son
muchos los ejemplos en nuestra sociedad, en las cuales las personas
pretenden perpetuarse en los cargos de poder, perdiendo la visión de un
servicio eficiente a la comunidad. Todo esto nos invita a una actitud de
desprendimiento y nos recuerda que como seres humanos estamos de paso.
Frente
a los servicios públicos es fundamental dar pasos a futuras
generaciones en su debido momento para que las generaciones jóvenes
ocupen los puestos que implican una mayor asociación con la realidad y
las exigencias del tiempo moderno.
Lo
manifiesta el mismo Papa en su discurso de renuncia: “El mundo de hoy
está sujeto a rápidas transformaciones y es sacudido por cuestiones de
gran relieve para la vida de la fe, por ello y para gobernar la barca de
San Pedro es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del
espíritu”. Ojalá que sea un ejemplo para los gobiernos de nuestra
sociedad, donde a pesar de la enfermedad y las imposibilidades se
mantienen aferrados en los puestos de poder.
Dar
pasos en la vida es un acto de fe y confianza. Solamente aquella
persona capaz de confiar en la Divina Providencia puede dar pasos en la
vida, dejando que otros ocupen los puestos y cargos que oportunamente me
fuera confiado. Es la confianza en que Dios va a ocuparse de encontrar a
la persona más adecuada para el mayor bien de la humanidad y, por otro
lado, siempre habrá personas que pueden hacer las cosas de manera
distinta y los cambios nos ayudan al crecimiento.
Es
un acto de confianza que hemos de ejercer en la vida privada y en la
pública. Implica la confianza en la capacidad de la otra persona
-propios hijos, colaboradores, compañeros más jóvenes- que serán capaces
de llevar adelante la tarea.
Por
encima de actos transcendentes como estos implica una profunda vida de
oración y reflexión que debe ser el motor de toda persona que ocupa
puestos públicos, para que sea un verdadero servicio. Y toda decisión
debe partir de una seria y consciente reflexión y para el bien de la
comunidad y no para el simple provecho de la persona misma.
Que
el ejemplo del papa Benedicto nos anime a dar pasos firmes en la vida,
frente a tanta lucha por poder que vivimos en nuestro mundo moderno.
Padre Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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