La Cuaresma es un tiempo
especial de gracia que nos invita a la conversión. La centralidad de la
conversión que nos propone este tiempo cuaresmal es la vuelta a la
esencia de cada persona, que es la bondad del corazón y de la mente. La
invitación nos propone que seamos personas de bien; con pensamientos
positivos, buenos deseos y un obrar bondadoso en todos los ámbitos de la
vida. Sólo así podremos llegar a resucitar con Cristo para que la
alegría pascual sea una verdad entre nosotros.
En
estos tiempos modernos tan materialistas que vivimos, creo que una de
las primeras conversiones que necesitamos es una vuelta a Dios en todo
sentido. Tener a Dios como centro de nuestra vida, dando el tiempo
necesario para la oración y la contemplación y realmente poder
significar las pequeñas y grandes cosas que hacemos en la vida. Esto nos
permitirá contemplar la grandeza del amor de Dios que está presente en
tantas cosas materiales y proyectos que tenemos en la vida.
En
este sentido la verdadera la conversión cuaresmal no es una simple
modificación y cambio de comportamiento, sino una verdadera presencia de
Dios en cada corazón para que podamos vivir en esta gracia Divina. Esto
nos exige dirigir el espíritu hacia las realidades que son
verdaderamente importantes; y para ello hace falta un esfuerzo
evangélico y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en
renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con
los que sufren y con los necesitados. Porque la conversión no es un
hecho aislado, sino una actitud permanente de vida cristiana.
Uno
de los pasos esenciales para una verdadera conversión consiste en
lograr sincerarnos con Dios y con nosotros mismos. La sinceridad del
corazón que alcancemos en la oración personal y adoración al Sacratísimo
Corazón de Jesús, nos ayudará a descubrir la verdadera misión en la
vida, corregir nuestros desvíos y llenarnos de esperanza en nuestras
adversidades de la vida. Por otro lado, a menudo la soberbia, el egoísmo
y el amor desordenado no nos permiten vivir la verdadera alegría y
comunión con nuestros seres queridos. Reconocernos humildes y
necesitados de Dios y de nuestros hermanos nos impulsa a compartir con
los demás. Porque la soberbia y el egoísmo nos alejan del hermano.
La
conversión implica tener una mirada objetiva hacia nosotros mismos para
ver si realmente estamos en el camino correcto. Es un tiempo para hacer
un verdadero examen de consciencia y comprobar si estamos caminando
hacia la verdad y el bien. Sólo así podremos hacer realidad en nuestra
vida lo que Dios nos dice: “La verdad los hará libres” (Jn 8,32).
La
conversión cuaresmal implica mirar la vida con los ojos de la fe y la
esperanza. La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad
en este tiempo litúrgico, es un “ejercicio” que libera voluntariamente
de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de
la vida que viene del cielo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Aun en medio de los
desafíos y adversidades de la vida nos invita a abrazar la cruz y ser
fieles a la misión que nos ha encomendado, que es amar profundamente la
vida y a las personas a quienes Dios nos ha confiado.
Que
en esta cuaresma podamos experimentar una verdadera conversión, al
descubrir el inmenso amor que Dios tiene para cada uno de nosotros. Y
así convencidos de su infinita misericordia, tengamos siempre a Dios
como centro de nuestras vidas.
P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino
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