6 de marzo de 2013

Vivir la conversión...

La Cuaresma es un tiempo especial de gracia que nos invita a la conversión. La centralidad de la conversión que nos propone este tiempo cuaresmal es la vuelta a la esencia de cada persona, que es la bondad del corazón y de la mente. La invitación nos propone que seamos personas de bien; con pensamientos positivos, buenos deseos y un obrar bondadoso en todos los ámbitos de la vida. Sólo así podremos llegar a resucitar con Cristo para que la alegría pascual sea una verdad entre nosotros. 
 
En estos tiempos modernos tan materialistas que vivimos, creo que una de las primeras conversiones que necesitamos es una vuelta a Dios en todo sentido. Tener a Dios como centro de nuestra vida, dando el tiempo necesario para la oración y la contemplación y realmente poder significar las pequeñas y grandes cosas que hacemos en la vida. Esto nos permitirá contemplar la grandeza del amor de Dios que está presente en tantas cosas materiales y proyectos que tenemos en la vida. 
 
En este sentido la verdadera la conversión cuaresmal no es una simple modificación y cambio de comportamiento, sino una verdadera presencia de Dios en cada corazón para que podamos vivir en esta gracia Divina. Esto nos exige dirigir el espíritu hacia las realidades que son verdaderamente importantes; y para ello hace falta un esfuerzo evangélico y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con los que sufren y con los necesitados. Porque la conversión no es un hecho aislado, sino una actitud permanente de vida cristiana. 
 
Uno de los pasos esenciales para una verdadera conversión consiste  en lograr sincerarnos con Dios y con nosotros mismos. La sinceridad del corazón que alcancemos en la oración personal y adoración al Sacratísimo Corazón de Jesús, nos ayudará a descubrir la verdadera misión en la vida, corregir nuestros desvíos y llenarnos de esperanza en nuestras adversidades de la vida. Por otro lado, a menudo la soberbia, el egoísmo y el amor desordenado no nos permiten vivir la verdadera alegría y comunión con nuestros seres queridos. Reconocernos humildes y necesitados de Dios y de nuestros hermanos nos impulsa a compartir con los demás. Porque la soberbia y el egoísmo nos alejan del hermano.
 
La conversión implica tener una mirada objetiva hacia nosotros mismos para ver si realmente estamos en el camino correcto. Es un tiempo para hacer un verdadero examen de consciencia y comprobar si estamos caminando hacia la verdad y el bien. Sólo así podremos hacer realidad en nuestra vida lo que Dios nos dice: “La verdad los hará libres” (Jn 8,32).
 
La conversión cuaresmal implica mirar la vida con los ojos de la fe y la esperanza. La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un “ejercicio” que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). Aun en medio de los desafíos y adversidades de la vida nos invita a abrazar la cruz y ser fieles a la misión que nos ha encomendado, que es amar profundamente la vida y a las personas a quienes Dios nos ha confiado.
 
Que en esta cuaresma podamos experimentar una verdadera conversión, al descubrir el inmenso amor que Dios tiene para cada uno de nosotros. Y así convencidos de su infinita misericordia, tengamos siempre a Dios como centro de nuestras vidas. 

P. Juan Rajimon
Misionero del Verbo Divino

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